[ARTICULITO 34] El trabajo: ¿Nuestro más preciado bien?

«El único motivo que mueve al poseedor de cualquier capital a emplearlo en la agricultura, en la manufactura, o en alguna rama del comercio mayorista o detallista, es la consideración a su propio beneficio particular. Las diferentes cantidades de trabajo productivo que puede poner en movimiento y los diferentes valores que puede añadir al producto anual de la tierra y trabajo de la sociedad, según se emplee de una u otra forma, nunca entran en sus pensamientos.»
Adam Smith

Hay una frase que hemos oído desde pequeños: “Nuestro más preciado bien es el trabajo”. Y si nos fijamos con cuidado en su verdadero sentido, notaremos inmediatamente que ella contiene o refleja el carácter de mercancía del trabajo. Si nos cuesta aceptar esto, pensemos que la economía habla sin mucha pena de “el mercado laboral” o “mercado del trabajo” y como sabemos “el mercado” es el lugar donde se compra y se vende, lo que se hace evidente es que el trabajo, así entendido, es una mercancía.

Originalmente las personas trabajaban solo para resolver necesidades. Fue después, cuando se inventó la mercancía y el mercado, qué se empezó a trabajar para producir “cosas“ que no satisfacen necesidades, sino que sirven solo para ser llevadas al mercado. Son cosas que se venden así nadie las necesite.

Sin embargo, cuando en la casa del trabajador o de la trabajadora, se daña algo o hay que hacer algo “para la casa”, la comida por ejemplo, o reparar la lavadora, la persona también “trabaja” para resolverlo, pero no produce mercancías. Las arepas son para comerlas con la familia y la lavadora es para facilitar el trabajo de la casa, nada más.

Y al otro día, la persona vuelve a la empresa a vender su “fuerza de trabajo” para producir mercancías que nunca serán suyas (él las hace, pero son del patrón).

Nos damos cuenta entonces que, formalmente, existen dos tipos bien diferentes de trabajo: El que se coloca en el mercado de trabajo y produce mercancías; y el que resuelve necesidades y que no tiene “valor” (como el trabajo de una ama de casa que no tiene valor porque no produce mercancías, no porque no sirva). Para los economistas el trabajo doméstico, hacer la comida, criar a los hijos, reparar la lavadora, ni siquiera es trabajo. Pero digamos que si lo es. Tendríamos entonces por lo menos tres tipos, ya que la primera categoría se divide en trabajo informal y el “trabajo” propiamente dicho (el que cobra salario y se rige por leyes –por cierto, hechas en la mayoría de los casos por los patronos–)

Aún más, el mercado, los sistemas laborales y las leyes solo hablan de la tercera forma de trabajo, la que sirve para producir mercancías. De hecho la mayoría de las personas no consideran sino la existencia de esa única sola forma, que en general se le llama “trabajo asalariado” y que es en sí misma una mercancía.

Todo esto persigue confundir el concepto de “trabajo” de forma tal que aceptemos que el único “trabajo” que vale, que sirve, que genera progreso es aquel que convertido en mercancía, se compra y se vende en el mercado.

Ese concepto lo tiene el trabajador metido hasta los tuétanos. Y por eso le parece que trabajar en una organización productiva comunal no es trabajar, es apenas un “mientras tanto”, como vender empanadas. El capital nos moldea de tal manera que solo nos sentimos seguros cuando tenemos un patrón y un “quince y último”, con todos los “beneficios” adicionales incluidos.

Hasta hace poco era una tontería en Venezuela pretender que se considerara como trabajo, por ejemplo, el trabajo de la mujer en la casa (algo que, por cierto, solo hace la mujer). No existe remuneración, ni seguridad social, ni periodos de descanso y mucho menos pensiones o jubilaciones para este tipo de labor. Se dice que cómo no produce bienes, entonces no tiene nada que ver con el sistema productivo. Pero pensemos las cosas de esta manera: ¿Qué pasaría con la economía de un país si las personas que hacen este tipo de trabajo (que según los economistas no es trabajo) dejaran de hacerlo? ¿Qué pasaría si nadie cocinara, si nadie barriera el piso o lavara la ropa o hiciera el amor? ¿Seguiría existiendo la economía, el mercado, la sociedad?

¿Verdad que no parece tan simple la cosa?

La sociedad que conocemos hoy es el sistema social creado por el capital para su correcto funcionamiento, para desarrollar su metabolismo. La sociedad no está pensada en función de la gente sino en función del mercado. Para la sociedad la actividad personal no importa, porque no produce. Importa la producción social. Por eso, si uno se enferma, sea cual sea la enfermedad, tiene que probarlo y si no puede hacerlo pierde el trabajo. Porque el problema no es el individuo, el asunto es que él o ella solo “vale” si produce mercancías para vender y comprar en el mercado, así se esté cayendo a pedazos.

En ese sentido es que tenemos que aceptar que en el capitalismo existen solo dos tipos de trabajo, el que hace la persona para vivir (que llamaríamos trabajo humano o vivo) y el que se hace para sobrevivir (trabajo asalariado, social u objetivado).

Nos damos cuenta, entonces, de que el capitalismo cuando habla de trabajo productivo se refiere exclusivamente al trabajo que genera ganancias al capital, mientras el trabajo que solo resuelve necesidades es improductivo y no le interesa.

Pensemos que el trabajo debiera ser, según lo hablado, aquellos procesos de intercambio y mediación entre la persona y la naturaleza, de acuerdo a ciertas relaciones (o acuerdos) sociales. Cuando el trabajo es libre, es sin duda la actividad humana vital orientada a producir y reproducir la vida en común. Pero el capitalismo, lo primero que hace es quitarle la condición de libertad y lo convierte en una actividad forzada, alienada y enajenada. Así, en el capitalismo el trabajo es tortura, es degradación, es el transcurrir entre el trabajo explotado y el desempleo, sin posibilidades para la reproducción de la vida en común, y por supuesto sin posibilidades para su recreación.

Imaginemos por un momento (como decía Lennon) que vivimos en una sociedad sin trabajo asalariado, sin trabajo “fetiche”. Es decir, las personas solo trabajan para resolver sus problemas y se ponen de acuerdo para resolver las necesidades colectivas (trabajo comunitario). Desaparece el patrón, el propietario. A nadie le faltaría nada nunca, pues cada persona daría lo que su condición física y su nivel de conocimiento le permitan dar y recibirían lo que necesiten para vivir bien.

Dicho así suena como un sueño. Pero lo cierto es que el capitalismo sin el trabajo asalariado desaparece. Toda la riqueza de los burgueses depende de la explotación de quienes se ven forzados a vender su fuerza de trabajo.

La revolución consiste no solo en cambiar el carácter de la propiedad, sino, esencialmente, en cambiar el carácter del trabajo, eliminar de raíz su carácter objetivado, mercantilizado y abstracto y devolverle, como decía el Che, su carácter orgánico, vital, libre.

El trabajo abstracto

Preguntémonos lo siguiente: ¿El libre mercado, produce o no efectos simétricos? Si aceptáramos que “el mercado” es bueno, su actividad, sus resultados deberían ser simétricos, equitativos. Deberían ganar por igual todos los que participen en él.

Vamos a ponerlo simple: ¿Qué llamamos en el “sentido común” un buen negocio? Todos sabemos que eso del buen negocio tiene que ver con la persona que lo dice y nada que ver con la persona que lo sufre. Lo que la mayoría de gente no piensa es que cuando uno vende una empanada haciendo un buen negocio (ganándole mucho) eso solo puede significar que el que la compró perdió mucho (¡por muy sabrosa que la empanada sea!), porque las ganancias tienen que salir de alguna parte.

Pero además sabemos que el asunto en el mercado no es ni personal ni individual, es social. Por ejemplo, cuando Inglaterra hizo un “buen negocio” comerciando con la India y se enriqueció, lo único que eso significa fue que la India se empobreció.

¿Cómo se explica esto? Por qué no se empobreció solo la persona que hizo lo que Inglaterra se llevó, ¿por qué todo el país? Marx propone una respuesta para esto, que vamos a tratar de analizar lo más simple que podamos.

Por una parte, los trabajadores no trabajan para sí mismos, sino para la persona que les paga el salario (el dueño del medio de producción). El problema es que el trabajador termina creyendo que toda la actividad productiva es del capitalista, y que su papel está únicamente en ganarse un salario para sobrevivir. Pero además piensa, entiende, cree, que el producto que elabora en esa actividad pertenece al patrón. Por lo tanto pierden la percepción de su relación con la actividad productiva y con sus frutos. Y para completar, el trabajador, que está sometido a un salario, ve a los otros trabajadores como competidores, razón por la cual debe esforzarse en producir más efectivamente y más rápidamente para agradar al patrón, en vez de unirse a los que están en las mismas condiciones.

Todo esto se termina de enredar cuando en trabajador niega su condición trabajador y se empeña en pertenecer a la clase del patrón (cosa que por cierto es absolutamente imposible por diversas razones).

Este proceso que aquí describimos es esencialmente lo que Marx llama la alienación del trabajo.

Los defensores del capitalismo critican esta explicación desde varios argumentos. Uno de ellos es diciendo que la única razón por la cual la persona trabaja es fruto de la escasez, y no una condición de la actividad productiva. La persona se ve obligada a vender su fuerza de trabajo por razones de supervivencia, lo que crea además la competitividad. De esta forma, solo los buenos trabajadores permanecen en la actividad productiva.

Dicen además que la única manera de mantener fuentes, estables y crecientes, de trabajo es a través de la acumulación de capital (¿recuerda aquella famosa frase: “yo especulo pero doy trabajo”?) y eso se logra con la tecnificación de los procesos y la especialización de la mano de obra (lo que se llama la división social del trabajo). No solo eso, el trabajo es el único medio a través del cual las personas no propietarias pueden obtener dinero para comprar las cosas que necesitan para consumir y sobrevivir.

Por el proceso de alienación, todos en la sociedad capitalista terminan creyendo que eso es cierto y simplemente colocan su fuerza de trabajo en el mercado, hasta que algún “buen” patrón la compra.

¿Qué tiene que ver esto con la pregunta inicial? El asunto es que el trabajo tiene dos caras. La cara personal, concreta a través de la cual un individuo trabaja para resolver necesidades, y el trabajo social, impersonal, ese que junto con Marx vamos a llamar “trabajo abstracto”. Abstracto en el sentido de que ya no lo hace Juan, Pedro o María, lo realiza en la sociedad capitalista la llamada masa laboral. Cuando Juan ya no puede seguir trabajando (se enferma, se muere o lo que sea), inmediatamente otra persona asume su trabajo y la actividad continúa sin que la falta de Juan la note nadie.

El tema es que la riqueza de una sociedad la genera el trabajo abstracto, no el trabajo de Juan, de Pedro o de María. Es el trabajo social global el que genera valor, sólo que ese valor esta fetichizado. En otras palabras, no pertenece a los que lo producen sino a los dueños del capital. Y por eso cuando un país se empobrece (por un “buen negocio”, una guerra, u otra razón) los que empobrecen son los trabajadores. Los dueños siguen siendo dueños, son los últimos a quienes pasa algo.

Por eso es que en capitalismo cuando un banco o una gran empresa se mete en problemas, se le “rescata”. De los recursos de la nación se saca dinero, de donde sea y como sea, para resolver el problema a los señores que “dan trabajo”. Claro, ese “donde sea y como sea” siempre tiene que ver con reducir la comida, la educación, la vivienda, la salud, etc., del pueblo, que termina más y más explotado.

Nos haría falta analizar el papel del estado, en particular del gobierno como administrador del estado en todo este asunto. Pero como eso haría interminable esta discusión, lo único que se puede decir ahora es que en el capitalismo, el estado es el responsable de garantizar que todo funcione bien y a favor del capital, simplemente. Habrá que volver sobre eso con más precisión.

Así funciona el trabajo en el capitalismo. ¿Cuál es la solución? La solución está, en muy buena medida, en que el trabajo deje ser social, abstracto, y vuelva a ser comunitario, orgánico, vivo… Que el trabajo deje de servir para enriquecer al capitalista y sirva que las personas vivan bien, porque los intereses de los trabajadores y de los señores que les dan trabajo son incompatibles, irreconciliables. No hay sino un solo camino: ¡Salir del Capitalismo a través de una revolución social!

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