[CUENTOS DECOLONIALES] Incómodas visitas

Ketsy Carola Medina

Fragmentos del pluriverso indígena (1)

He pasado noches enteras pensando, he pasado días contemplando. En el transcurso de estas largas horas he escuchado voces en distintas lenguas hablarme; he soñado con nuestros muertos y muertas, he pensado en quienes andando, atraviesan ríos, montañas y selvas.

Ojeando mi estar, el recorrido emprendido, las decisiones tomadas y las que faltan por tomar, me he descubierto desacelerando el paso las veces que he podido; me he visto apoyarme en gestos en vez de palabras y palabras cuando considero necesario pronunciar; en cada oportunidad hallada he descansando y durante esos instantes, cortos instantes, me repito: mi ritmo es el mismo del andar que observa.

Desde la hamaca algunas estrellas dejan mirarse; la brisa cuela suave entre las rejas; con cada mecida se alivia el cansado cuerpo. Sigo en silencio, sigo en mi interior.

Esta casa la conozco, ya me he quedado antes aquí, no es nuestra; dos mujeres la habitan, ellas a diferencia de nosotras, no son indígenas.

Las risas me regresan a la sala; entre maletas, sacos, cobijas, colchonetas, fibras por tejer, telas por coser, plátanos por asar, frutas por pelar, comida por cocinar, mi madre y su nieto, mi hermano, mi hermana mayor de luchas, mi excuñada y su bebé. Dejo las estrellas para después, me uno a la conversa.

Se adentra la noche, y ella, que no es indígena, pide nuestra atención, quiere planificar los pasos que daremos al día siguiente; a ella le gusta armar planes en la computadora, le gusta anunciar quiénes harán qué cosa y en qué momento; le gusta ayudarnos; le gusta repetir el plan y la distribución de tareas varias veces; no es la única, he conocido a otras como ella.

En la ciudad todas las mujeres se parecen, unas más que otras, pero se parecen;  siempre corren, hablan rápido, quieren hacer, se les pierden las llaves en la cartera, a veces quieren cargar en montones de bolsas más peso del que pueden; escriben por la computadora en grupos de gentes, y escriben por sus teléfonos en grupos de más gentes. Se detienen solo cuando duermen.

Mañana será un día agitado, lo sé; por eso ahora descanso, porque mañana iremos corriendo tras ella, la veremos enrojecer y sudarse, visitaremos instituciones del Estado, esas que agendamos, esas que ella planificó; usaremos escaleras, ascensores, caminaremos largos pasillos, algunos pulidos y pulcros, otros no tanto; nos montaremos en el metro, usaremos escaleras eléctricas y reiremos cuando quienes no las han usado, salten del susto al montarse.

Lo digo siempre, me lo digo siempre, no es primera vez que pisamos concreto; tenemos tiempo haciéndolo, hemos vivido en internados religiosos, hemos vivido en hogares que no son nuestros, hemos visitado hospitales buscando curar nuestros males, hemos visitado ministerios, cárceles, centros comerciales, fábricas, puertos y aeropuertos.

No es la primera vez, pero siempre parece ser la primera, siempre nos llevan, nos toman; como a niñas nos tutelan, como a niñas hablan por nosotras, y como a niñas no nos creen.

Nuestra palabra está en duda permanentemente, creernos les es difícil, lo sé cuando con sus miradas nos escrutan, lo sé cuando nos preguntan lo mismo más de tres veces, y no es una, ni dos, ni tres, son todas las personas; aunque decir todas suene exagerado, digamos, mejor, que algunas personas nos creen menos que otras.

Un dolor de cabeza, un dolor de barriga, un cuerpo que sufre paludismo, un secuestro, una tortura, una amenaza de muerte, una expulsión de nuestro territorio, un no tenemos ropa, un nos dejaron sin vacas, una solicitud de una medida de protección, una denuncia colectiva sobre la situación de nuestros pueblos, todo es puesto en duda; los hombres y las mujeres de la ciudad, decidieron hace tiempo no creer en nuestra palabra.

Desde pedir una pastilla para el dolor de cabeza, en la casa de la mujer que trabaja y que todo lo hace rápido, hasta cada una de las diligencias que venimos a hacer a la ciudad, pasan por el no creernos y en el minimizar nuestra palabra cual llanto de una niña con un ya pasará, tranquila que ya pasará.

Estar aquí abruma, ensordece, hemos venido de lejos y no precisamente porque queramos hacerlo o quedarnos, hemos venido para hacer escuchar nuestras demandas, hemos venido para reclamar nuestros derechos.

Nos estamos preparando, no somos niñas, no somos niños, tenemos voces, tenemos proyectos, tenemos una forma de vida que merece su espacio. Lo sé, mi visita te incomoda, mi presencia te recuerda que existimos, que seguimos y que de aquí no nos iremos, y es que nacimos luchando y así seguiremos.

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