[MEMORIA LIBRE] Kindergarten Constitucional: Carta Magna, no Carta Nula

Pronto culminarán las elecciones presidenciales en EE.UU. Gracias a medidas anti-pandemia, rechazadas por el propio presidente, el proceso tiene semanas andando, lo que parece estar favoreciendo una impresión de que ya se sabe por donde van los tiros. Hay varias encuestas tradicionales que le dan claras ventajas a Joe Biden y Kamala Harris. Ojalá pierda Donald Trump.

Uno quisiera no inmiscuirse para nada en esa decisión. Es otro país, así que su destino debería ser definido por quienes viven allí. El problema es la actitud imperial de toda su clase política y el enorme poder militar y económico que han acumulado. Se sienten con pleno derecho, y tienen los recursos, incluyendo los botines, para intervenir en cualquier parte del mundo, definir sus políticas e imponer sus gobernantes. Por eso reclamamos el derecho de expresar una preferencia.

No que sirva de mucho para Venezuela. Biden ya ha fijado posición en contra del gobierno de Nicolás Maduro, como hizo su contrincante en las primarias, Bernie Sanders, el «socialista demócratico» confeso, que pudo haber sido una alternativa más «radical» frente al actual presidente. Ambos, al parecer, se apresuraron a hacerlo, anticipando una línea de ataque que desplegaría Trump en la campaña, acusándolos de socialistas, frente a un electorado que, mayoritariamente, tiene sembrado un temor profundo por el comunismo. Pero también respondieron a un fastuoso despliegue mediático, apoyado por ambos lados de aquel espectro político, que ha convertido a Venezuela en la nueva referencia de estado fallido, socialista desde luego, y a Maduro en el nuevo Stalin. Semejante pelón.

No obstante, oponernos a Trump se convirtió en una necesidad vital. El personaje ha traído a la política global lo peor de la frivolidad mediática. Es un mentiroso patológico, capaz de expresar absoluta certeza sobre temas que desconoce e incapaz de los más elementales actos de humanidad: como usar una máscara para dar el ejemplo. Trump ha revelado, con total descaro, lo más oscuro de la visión derechista del mundo: supervivencia del más «apto», la supremacía «divina» de una «raza», la conservación del patriarcado y, por supuesto, la arrogancia imperial. Su manejo de la pandemia, ¿cómo resumirlo?, es un compendio del genio oligarca: «que se mueran, mientras no nos afecte».

Con ese showman en la escena, ni su país, ni nadie en el norte puede ver otra cosa que sus estúpidas intrigas palaciegas. No pueden ver los desastres que causan en su seno y alrededor del planeta, menos aún el sufrimiento que sus acciones de bloqueo y control ilegal causan sobre países como el mío. Los estadounidenses pueden lograr un mejor liderazgo y parecen estarse dando cuenta de ello.

Ese país aprendió, junto al odio por el comunismo, el amor por cultivar la inteligencia. De allí viene NASA y la carrera espacial, por ejemplo. Y tienen una afición, que también se cultiva bien en Europa, por preservar la memoria, especialmente en forma numérica, como ilustra su fanaticada en las grandes ligas, lo cual, quizás, sirva ahora para salvar las estadísticas de la COVID-19. Pero Trump ha desdeñado todo eso, rechazando la ciencia en favor del consejo «iluminado», que él mismo no sigue, y convirtiendo a nada más y nada menos que el cambio climático en una «opinión controversial», sin que nadie en este planeta pueda oponerse efectivamente.

Confiamos que la salida de Trump le dé un chance a ese país de mirar la realidad y al resto de nosotres de mostrársela.

Pero, ¿qué se podría mostrar desde Venezuela? ¿Un país quebrado, con sus servicios públicos colapsados, con un salario mínimo de 2 dólares por mes en una economía, o lo que queda de ella, dolarizada y con hiperinflación en dólares? ¿Un país que, sin negar que sufre todo lo anterior, ha logrado contener la pandemia mucho mejor que EE.UU. y todos vecinos con aquella misma orientación política?

No. La realidad no se capta con una fotografía del instante. Tenemos que mostrar nuestros procesos, anden mal o anden bien. Son dinámicas las que nos definen y las que, si queremos ser honestos con los demás, debemos explicar para que sepan a qué atenerse.

En medio de una tormenta de varios años que se convirtió en huracán en el 2020, Venezuela ha demostrado una compresión colectiva profunda de conceptos que en nuestra propia historia hemos ayudado a cultivar: la república, la democracia y la libertad. Si toman una fotografía de nuestra escena política, la imagen no va a ser buena: Tenemos un presidente re-electo mayoritariamente en una elecciones en las que la extrema derecha se abstuvo de participar, alegando que habían sido convocadas por una asamblea nacional constituyente que fue electa «ilegalmente» en una consulta previa en la que la misma extrema derecha no solo se abstuvo de participar, sino que promovió y ejecutó actos de sabotaje electoral.

En el intermedio, la asamblea nacional regular, electa en el 2015 por el mismo cuerpo electoral que organizó esas otras elecciones, admitió por mayoría que uno de sus diputados, de extrema derecha, se autodesignara «presidente interino» de toda la república para reemplazar a Maduro. El «interino» es, por supuesto, quien ahora recibe respaldo y recursos de Trump, que son solo algunas migajas de bienes saqueados a la república.

La Asamblea Nacional Constituyente Venezolana, ANC, electa en 2017, es, como ven, un elemento fundamental en esta historia. Le ha servido al gobierno de Maduro proporcionando continuidad legislativa, conveniente desde luego, pero no por eso ilegal. Le ha servido a la extrema derecha para alegar la ilegalidad de Maduro por convocarla, a pesar de que ellos mismos la pidieron un poco antes. Pero la misión superior de la ANC no era ninguna de esas dos. La misión superior, el sueño de quienes salimos a votar aquel día con todas las dificultades y el miedo por las agresiones mientras lo hacíamos, era resolver el conflicto.

¿Cómo resuelve el conflicto una Asamblea Nacional Constituyente? Si hemos llegado hasta allí, se trata de un conflicto político que compromete las bases de la república e impide su desarrollo social y económico. No creo que alguien dispute eso. Es un conflicto que afecta la libertad individual al destrozar las opciones para la supervivencia y la vida decente en el país.

Tampoco creo que alguien cuestione eso. Ha sido nuestra vida desde que Maduro llegó al poder para suceder al Comandante Chávez. Para un conflicto así, siguiendo lo aprendido con el propio Chávez, hay que sentarse a renovar la legislación, comenzando con la Carta Magna. Las y los constituyentes deben haber estudiado con cuidado e identificado las causas y razones de que este Estado no tenga herramientas legales para resolver tamaño conflicto. Esos estudios debieron conducirles a una nueva propuesta que, como la que organizó Chávez en 1999, será sometida a consulta nacional.

Que la ANC concluya sin una nueva constitución es un gran error. Quizás los constituyentes, luego de 3 años de estudio, han descubierto que la Bolivariana de 1999 si tiene, después de todo, lo que hace falta para resolver el conflicto. Que solo se trataba de «hacerlo bien». Pero eso mismo es prueba de que le falta algo. Debe decir cómo «hacerlo bien»en alguna parte. Es, por demás, obvio desde la convocatoria: Maduro tuvo que recurrir a una interpretación de la sala constitucional para terminar de justificar su llamado a ANC. Esa ambigüedad debería ser la primera corrección, pues ha sido usada por algunos en la academia nacional para apoyar el argumento de su ilegalidad.

Pero están, además, las leyes constitucionales. Es, por supuesto, natural y comprensible que una ANC legisle con efectos temporales, mientras completa su trabajo. Es parte de crear las condiciones para poder hacer el trabajo. Pero, tomemos por ejemplo esta última y traumática experiencia con la ley anti-bloqueo. El alegato pasional, con el que algunos fuimos referidos al kindergarten constitucional, es que esas medidas “transitorias” son necesarias para superar el bloqueo.

Imaginemos, de buen grado además, que tienen éxito. Venezuela escapa colectivamente a las medidas de bloqueo gracias a que al gobierno se le ha dado permiso para actuar con “confidencialidad” y con “divulgación limitada de información”, entre otros permisos para “inaplicar” la Constitución Bolivariana o el resto de su marco legal. ¿Qué pasará después? ¿Ya no habrá más bloqueo? ¿De verdad alguien cree que Biden o el gobierno del norte va a dejar de intentar imponerse? ¿Por qué no una ley definitiva en lugar de hackear la constitución?

Así que, inclusive si es solo para revestir de autoridad definitiva a las leyes constitucionales que han sido promulgadas por mandato de la ANC, parece necesario enmendar la Bolivariana y, por supuesto, someter la enmienda a consulta.

Si todo eso les parece poco, recordemos que el mismo movimiento político que ahora tiene control total en la ANC fue el que solicitó, con Chávez, una reforma mayor. ¿Van a perder la oportunidad o “cambiaron de estrategia”? Hay muchas otras razones para modificar el texto constitucional. ¿Cómo evitamos, por ejemplo, que la manipulación de la moneda y la inflación inducida sigan devorando el salario popular, como ha ocurrido ininterrupidamente, con altos y bajos, desde antes de Chávez? ¿Cómo justificamos que los términos precisos de la Bolivariana sobre el ingreso familiar estén siendo olímpica y selectivamente ignorados? ¿Qué pasó con aquello de constitucionalizar las misiones para que los gobernantes de derecha no puedan derogarlas?

Son muchas preguntas.

El golpe mayor al ánimo, sin embargo, no proviene de la falta de respuestas. Proviene de la obvia pérdida del impulso revolucionario. Se dolariza. Se liberan precios. Se admite que las regulaciones no funcionan. Se ignoran los reclamos salariales. Se entrega el control de los mercados al interés privado. Se asume que la autoregulación si funciona. Se deja morir, por inanición salarial o estructural o ambas, a servicios públicos. Se reduce el país a una burbuja en torno a los centros de poder con el claro propósito de que mantener allí la ilusión de balance, mientras grandes sectores sufren la inclemencia plena de las carencias. Se entrega la gestión pública a muchos incompetentes que tienen el enorme paraguas del bloqueo como excusa perfecta. No hemos aprendido nada sobre la inflación endémica.

¿Alguna esperanza?

Por supuesto. Mírenlos una vez más. Ninguno de esos problemas es nuevo. Contra todos existe alguna experiencia exitosa en el país, aunque haya sido parcial. Ahora se presentan todos juntos a propósito del intento descarado del poder en EE.UU de establecer el gobierno que ellos quieren en Venezuela. Pero incluso eso mismo sirve para poner en evidencia la gran causa subyacente y, más importante aún, como los mismos vicios anclados en nuestra historia económica terminan contaminando a cualquier débil de espíritu que cae en un cargo de alta responsabilidad. Para superar esa condición se requiere un diseño legal todavía más inteligente.

Esa es la solución que queremos. Una conversación abierta acerca de lo que podemos hacer para que los astutos no se queden con la riqueza que ahora no se ve claramente, pero que sigue allí a juzgar por la conducta inflexible de quienes la procuran y la de quienes quieren seguir administrándola.

Esperámos que la ANC de 2017 termine de abrir esa conversación, como hizo la ANC de 1999 siguiendo al Líder. Si no lo hacen, que su Dios y la Patria se lo reclamen.

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