[OPINIÓN] Las religiones como actores políticos

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La invasión europea a América comportó el mayor genocidio de la Historia: una hecatombe, que sacrificó unos 55 millones de vidas, realizada por la espada y el crucifijo. La pluralidad de creencias originarias fue casi suplantada por la imposición de una Iglesia única, jerárquica y dogmática.

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Los movimientos emancipadores, inspirados en su mayoría por el pensamiento de la Ilustración, postularon explícita o implícitamente la separación entre lo político, lo religioso y lo étnico. En lo religioso, Bolívar dispuso que la República asumiera el derecho de Patronato Eclesiástico que hasta entonces había ejercido la Corona Española. En 1834 fue sancionada la Ley de Libertad de Cultos. Casi todos los Estados de América Latina fueron asumiendo estatutos parecidos. En nuestras Repúblicas predominó el laicismo, vale decir, el principio de no injerencia mutua entre autoridad política y religión.

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Si bien la catolicidad se impuso en América gracias a una aculturación y un genocidio sin precedentes, concluidos éstos, no se dieron en nuestra región las guerras religiosas ni las espantosas querellas fanáticas que ensangrentaron otras regiones del planeta. Apenas tuvieron un cariz religioso la insurrección de Canudos en Brasil, o el vandalismo de los Cristeros mexicanos. La relativa unidad religiosa de la cristiandad latinoamericana no representaba obstáculos para la integración regional.

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Embelesada en el declinante solcialcristianismo, tras perder la oportunidad de acercarse a las masas mediante la Teología de la Liberación o los curas obreros, la catolicidad pierde terreno frente a los cultos protestantes. Hacia 1986, el 80% de los latinoamericanos se definían como católicos; a principios de 2019, según encuesta en 18 países de Latinobarómetro, apenas 59% se reconocen como tales. En 1970, en una encuesta del PEW Research Center sólo el 4% de la población manifestaba ser protestante; en la actualidad, declaran tal condición 19% de los habitantes de la región.

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¿Cómo se explican estos resultados? Al parecer, los protestantes reclutan sus adeptos esencialmente entre las filas de los católicos. Al no disponer de subsidios estatales, muchos credos optan por una prédica activa en los sectores marginales relativamente abandonados por la jerarquía católica, y dan ejemplo con su conducta de los valores que encomian. Ello les ha valido una progresiva expansión entre las llamadas sociedades nuevas, en países que como Brasil, Colombia, República Dominicana o Venezuela tienen poblaciones en proceso de mestizaje caracterizadas por una secular tradición detolerancia y la apertura a las novedades.

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Asimismo, los credos protestantes encuentran sus adeptos entre las enormes masas de desplazados o de forzados a la movilidad geográfica en América Latina. Son masas en condición de “disponibilidad”, que al migrar desde el campo han roto gran parte de sus vínculos con el medio agrario, y se aglomeran desorientadas en urbes en busca de un sentido de pertenencia que no le ofrecen ni las familias extensas distantes, ni la iglesia católica tradicional ni los precarios empleos en las empresas.

En Venezuela, y seguramente también en gran parte de América Latina y el Caribe, la familia, con su estrecha proximidad humana y su apoyo sicológico es el valor primordial para los individuos. Gran parte de los credos protestantes ofrecen a sus seguidores la participación en suerte de “grupos de apoyo”, donde los feligreses comparten preocupaciones, angustias, penas y alegrías. También a veces sus iglesias organizan prestaciones de servicios necesarios. Esta participación es mucho más intensa y activa que la de la feligresía católica, por lo general reducida a asistir al oficio religioso en calidad de espectadora pasiva, sin contacto con los sacerdotes ni con los demás creyentes.

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La expansión de los credos protestantes plantea tres situaciones de preocupación en América Latina. En primer lugar, muchos están afiliados a casas matrices situadas en Estados Unidos, Canadá o Europa, cuyos gobiernos mantienen políticas contrarias a la soberanía de latinoamericanos y caribeños. En segundo lugar, usualmente defienden en su prédica las políticas más conservadoras: concepción retaliadora y autoritaria de la justicia, las medidas neoliberales, el patriarcalismo, la oposición al matrimonio igualitario y al aborto. En tercer lugar, de manera creciente han asumido la operación como actores políticos que, o bien conquistan el poder, como ocurrió en Brasil, o bien representan porcentajes de la población cuyos votos, coordinados por sus pastores, podrían decidir elecciones.

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Un sistema político rige sociedades con sectores sociales distintos e incluso contrapuestos, pero cuyas diferencias son en última instancia transables mediante acuerdos. Ni la religión ni la etnia son transables. Sobre las ideas se discute; sobre la religión o la pertenencia étnica no. Toda religión está basada en una Revelación que excluye de manera absoluta todas las restantes; de llegar al poder, lo utilizará con tal objetivo. De allí los fundamentalismos, las intolerancias y las Inquisiciones.

Repasemos la Historia de las Guerras Religiosas, de las opresiones confesionales y de las represiones contra la libertad de pensamiento y de investigación científica que jalonan la turbia confusión entre la religión, que atañe al fuero interno, y el poder, que puede usar la violencia para regir la conducta, pero no la conciencia. Factores múltiples conspiran contra la unidad y la integración de los Estados Nacionales de América Latina y el Caribe. La aparición de credos religiosos y movimientos étnicos que aspiran declaradamente al poder político para imponer sus puntos de vista confesionales o étnicos a quienes no forman parte de ellos son nuevos e inquietantes factores en una América Latina donde los poderes hegemónicos buscan dividir e imperar.

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