[OPINIÓN] Venezolanas en la pandemia

Alba Carosio, Indhira Libertad Rodríguez y Tania Elíaz – CLACSO

Fotografía: Giuliano Salvatore

El Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales (CLACSO) inauguró recientemente el observatorio social del coronavirus «pensar la pandemia», que tiene como objetivo generar reflexiones sobre las distintas dimensiones de la coyuntura actual y ponerlas al servicio de la comunidad. El siguiente artículo ha sido elaborado por el grupo de trabajo «Feminismos, resistencias y emancipación» que propone dar cuenta de los principales efectos de la pandemia en cada país de Latinoamérica y el Caribe, con relación a las mujeres.

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En Venezuela las mujeres son las grandes sostenedoras de la vida, no sólo familiar sino comunitaria. El país está cruzado por redes solidarias de distribución de alimentos, bienes y servicios, que están operadas fundamentalmente por mujeres. Por esto, al trabajo del hogar se suma el trabajo comunitario, indispensable para ir llevando la vida en el contexto de la crisis continuada que vive el país.

En este contexto nos encontró la pandemia. Con ella llegó, antes que el primer caso, la cuarentena voluntaria, que acata todo el país desde el 16 de marzo. Una vez más son las mujeres quienes sostienen la vida, ahora confinada. Desempeñan más actividad que nunca: extreman la higiene en contextos difíciles con fallas de servicios eléctricos, agua y gas doméstico. Siguen activando las redes solidarias para coser tapabocas caseros con telas de reciclaje. Se las ingenian para conseguir cloro y otros desinfectantes en mercados escasos. Acompañan a sus hijes ahora sin escuelas, ni almuerzos escolares. Otras, continúan trabajando vía internet, dan clase o escriben reportajes, se sienten felices de hacerlo, aunque tengan que dividir su tiempo, ahora más exigido en lo doméstico.

Son también mujeres la mayoría de las trabajadoras de la salud en primera línea. Lo mismo acontece en otros servicios, como las trabajadoras de supermercados y afines. Una buena cantidad de mujeres están incorporadas en las fuerzas policiales, que custodian el cumplimiento de la cuarentena en todos los municipios. Son mujeres la mayoría de las médicas y enfermeras que llevan adelante la visita casa por casa a las personas de las que se sospecha posibles casos de contagio.

Hay casi dos millones de venezolanas viviendo en diferentes países de América Latina. En su mayoría migrantes pobres que han salido del país por sus pies, se han incorporado muy precariamente a las economías en los países de acogida. Haciendo grandes sacrificios enviaban remesas a sus familias, hoy están sin trabajo y sin protección, con pocas posibilidades de regreso. Sin embargo, un aluvión de compatriotas está llegando por sus pies a la frontera colombo-venezolana, las esperan atención sanitaria, despistajes gratuitos y cuarentena antes de poder llegar a casas de sus familias. Allí nuevamente las mujeres cuidan su prole en condiciones críticas.

Los colectivos feministas han creado redes telefónicas de apoyo solidario emocional y asesorías para mujeres que se ven obligadas a confinarse en el mismo espacio que sus agresores.

En Venezuela, hay experiencia y preparación para enfrentar las crisis, las venezolanas la hemos adquirido duramente en estos últimos años. Las mujeres hacen milagros para alimentar a sus familias, muchas son trabajadoras informales que han perdido sus ingresos, lo que en medio de esta pandemia agudiza su precaria situación, obligándolas a asumir riesgos para poder conseguir el sustento. El gobierno ha establecido bonos de protección social, no son suficientes pero es algo y se hace magia con ellos.

En resumen, la pandemia agudiza la estructural situación desigual de las mujeres. Aumenta y complejiza el trabajo, ya harto recargado sobre sus cuerpos, espíritus y psiquis. Torna exponencial los diferentes tipos de violencias por ellas experimentados. En definitiva, la pandemia no las afecta de igual manera, ni entre en mismo género, ni tampoco en comparación con los hombres.

Venezolanas ante la violencia machista en la pandemia

En Venezuela no hay datos oficiales en cuanto a género desde 2016. Razón por la cual, las organizaciones sociales y feministas se han dado la tarea de llevar adelante el conteo de femicidios. La antropóloga Aimee Zambrano viene realizando una investigación basada en la técnica de Inteligencia de Fuentes Abiertas, que publica mensualmente a través de la plataforma Utopix, en el año 2019 ocurrieron 167 femicidios[2] en el país. Es decir, aproximadamente cada 2 días mataron a una venezolana por el hecho de ser mujer. Sin embargo, cuenta en sus redes sociales Zambrano que en lo que va de año se han ejecutado 73 femicidios, lo que quiere decir que hubo un aumento considerable en la medida diaria, acercándose al número de un femicidio al día.

Advierte ONU Mujeres en su publicación “Género y el COVID-19 en América Latina y el Caribe: dimensiones de género en la respuesta” que en el marco de las emergencias sanitarias, aumentan los peligros de que mujeres, adolescentes y niñas vivan violencia machista, específicamente violencia en el espacio doméstico. El cúmulo de tensiones de una convivencia en el hogar prolongada genera fricciones, desencuentros, desacuerdos ante los cuales la masculinidad hegemónica no encuentra como vía de resolución de conflicto otra que no sea la violenta, ésta será dirigida a les más vulnerables, mujeres y niñes. Esto puede aumentar el aislamiento de las mujeres, que ya de por si se ejecuta como parte del ciclo de la violencia.

Hay un impacto económico innegable que desencadena esta pandemia, lo que suma barreras para que una mujer deje a una pareja violenta, así como mayor riesgo de explotación sexual.

Pero además, aquellas mujeres sobrevivientes de violencia machista enfrentan obstáculos adicionales para huir de dichas situaciones, ya que la movilidad está restringida. Es más difícil aún acceder a medidas de protección y/o servicios esenciales que salvan vidas, entre otras, por las mismas restricciones de la circulación en cuarentena.

Si en Venezuela, el año pasado sólo el 42,45% de los feminicidas está preso según el informe reseñado[3], no es exagerado hablar de que un halo de impunidad acompaña estos crímenes, más aún cuando un número de ellos estaban antecedidos por denuncias ante los organismos competentes. Esta lamentable ineficacia por parte del Estado levantó en medio de la pandemia las alarmas del movimiento feminista, quienes de manera inmediata presumimos el aumento de la violencia machista en sus diferentes formas y el peligro que corrían las vidas de las mujeres que conviven con sus agresores.

Ante este panorama las organizaciones e individualidades feministas decidieron tomar acciones con la intención de garantizar la vida de las mujeres, una sin violencia, articulándose en un tejido que brinda telefónicamente un “acompañamiento amoroso” como prefiere llamarlo la colectiva feminista Tinta Violeta. Un dato muy interesante de este esfuerzo es que la pandemia logró –lo que luego de muchos años e intentos no se había conseguido– que las feministas nos uniéramos, trascendiendo la polarización política que signa nuestra vida colectiva y social.

Así, han conformado una logística que proporciona, vía telefónica, atención psicológica en la que confluyen las organizaciones: Fundana, Plafam, S y D Salud, Fundamujer, 5ta Ola y el Centro de Estudios de la Mujer; en gestión de casos, que se refiere al hecho de brindar asesoría legal, contención psicológica y articulación con los órganos receptores de denuncia y organizaciones o instituciones con atención psicológica: Tinta Violeta, La Araña feminista, Mujeres por la vida, Colectivo feminista mujer género rebelde y Cepaz; y para atender la violencia sexual: Médicos sin fronteras, Avesa y Ámbar. Sólo una de las organizaciones ha atendido, en lo que va de cuarentena en Venezuela, 50 llamadas.

Este saldo organizativo del movimiento feminista no se está construyendo a espaldas de un pueblo, o mejor, de una puebla, por el rostro femenino que adquiere la organización territorial tan prolífera que se ha edificado desde las bases sociales y tan vital en estos momentos. Es su espejo.

Venezolanas y migración en la pandemia

La pandemia del Covid-19 nos muestra las diversas costuras del capitalismo, una de ellas es la que refleja el notorio interés y prioridad en cuidar los intereses del capital en desmedro de los derechos de quienes con su fuerza de trabajo lo reproducen.

La situación de quienes han optado por la movilidad humana entre distintos países como estrategia para sobrevivir nos muestra otra cara de esta costura.

La vida de migrantes pobres está marcada por la desigualdad, con salarios bajos, exclusión del trabajo formal y de vivienda digna, la precariedad caracteriza sus vidas. Los países con modelos abiertamente neoliberales han demostrado sus falencias en lo que se refiere al acceso a la salud, protección y servicios sociales frente a la crisis generada por la pandemia. Se construyen discursos que discriminan y excluyen a la población migrante de las políticas de atención a sectores vulnerables que en buena manera no son representativas frente a la magnitud del problema.

En la actualidad, la movilidad humana de venezolanos y venezolanas está en aumento y, según datos de la OIM, Colombia como primer país receptor en América del Sur cuenta con la presencia de aproximadamente 1,8 millones de migrantes provenientes de Venezuela.

Aguantar la pandemia se podría por unos pocos días, pues se trata de hombres y mujeres que viven del día a día, les toca elegir entre el hambre, el riesgo de contagio y las consecuencias de evadir la cuarentena, entre ellas la privación temporal de libertad por no cumplirla,  la represión policial y el cobro de multas imposibles de sufragar. En las últimas semanas en el país vecino, familias completas han quedado en la calle al ser desalojadas por no contar con el pago del arriendo y servicios, a pesar de los decretos que lo prohíben.

Buena parte de las familias desalojadas son venezolanas, han quedado en la calle viviendo a la intemperie, es allí donde deciden volver a su país. Surge una nueva categoría de migrantes entre Colombia y Venezuela, la de los retornados o retornadas que, con suerte, llegan en autobús a la frontera gracias a un corredor humanitario habilitado o, con menos suerte, emprendiendo su regreso a pie, para encontrarse del lado venezolano con una medida de confinamiento preventivo de 14 días, en espacios improvisados como refugio en escuelas de los estados fronterizos, tiempo en el que se puede probar si el virus se ha incubado.

En el caso de las mujeres, las condiciones de desigualdad y discriminación se acentúan. Un número considerable de mujeres migrantes viven al día por el producto de su trabajo informal, no acceder a su única vía de ingreso vuelve compleja su situación, pues muchas de ellas han migrado con sus hijos e hijas, es así como las que no han sido desalojadas también se plantean el retorno a su país, ya que al levantarse la cuarentena tendrían una deuda imposible de pagar, cuando han perdido por ejemplo un trabajo en el que no tienen contrato ni seguridad laboral o no han podido continuar desarrollando su actividad económica en el marco de la economía informal. La experiencia de desalojo, vivir en la intemperie, el retorno forzado y confinamiento improvisado pone a mujeres y niñas en riesgo de violencia, discriminación y contagio.

¿Seremos capaces de voltear la tortilla?

Los aportes de la economía feminista tienen poco menos de un siglo. Uno de sus principales señalamientos estriba en la urgencia por construir una economía que reconozca los trabajos de cuidados, de reproducción de la vida, con la ética que supone, atravesando el tejido social, promoviendo su redistribución y corresponsabilidad comunitaria. Al igual que la superación de la relación de explotación con la madre tierra, con el oikos, que ha impuesto este capitalismo patriarcal, colonial, heteronormado.

Mucho se está opinando sobre la potente oportunidad que encarna esta pandemia, en su hacer evidente lo inviable del orden civilizatorio que llevamos como humanidad. Creemos firmemente que muchas de las claves para sentipensar ese mundo post-pandemia, las ha venido, no sólo reflexionando, sino construyendo con su hacer las mujeres, sexualidades disidentes y los feminismos del sur. Es hora de voltear a sus aportes y experiencias organizativas. Les invitamos a soñar el mundo que vendrá. ¿Seremos capaces de voltear la tortilla?

Fuente: CLACSO


[1] Co-coordinadora e integrantes del Grupo de Trabajo CLACSO Feminismos, resistencias y emancipación.
[2]https://utopix.cc/pix/monitor-de-femicidios-2019-interactivo/
[3] ibídem

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