[OPINIÓN] “La gasolina más barata del mundo”

Durante dos meses, la mayoría de las gasolineras de Caracas estuvieron cerradas. En las pocas estaciones operativas, bajo resguardo militar, se formaban colas de carros que sobrepasan el kilómetro, pese a que la venta de combustible era solo para sectores priorizados en medio de la pandemia de coronavirus, como salud y alimentos.

A la par, crecieron las denuncias contra personas, mayormente efectivos militares, por sustraer la gasolina de forma ilegal de las estaciones de servicio y revenderla descaradamente en 1, 2, 3 y hasta 4 dólares por litro. También hubo quien cobró por ceder su puesto en las largas filas para cargar combustible. Un escenario que habría sido mucho, pero mucho, peor de no haberse dado en medio de una cuarentena absoluta. 

Este panorama, que ya lleva meses e incluso años en el interior del país, nos hizo recordar aquellos tiempos en los que escaseaba la comida o la medicina. En medio de las largas colas para adquirir la poquita que llegaba, cuando llegaba, la gente empezó a clamar “¡que haya, cara! No importa, pero que haya”. Y en efecto, los productos aparecieron. Caros pero aparecieron, al punto que algunos no pudieron adquirirlos más.

En el caso de la gasolina, todos, de una postura u otra, coincidimos en torno a los motivos de la escasez. Primero, la caída de la producción petrolera, en vista de que sin producción no puede haber refinación. Segundo, la falta de inversiones y consecuente deterioro de las refinerías nacionales. El tercer aspecto, estrechamente relacionado con el anterior, tiene que ver con las sanciones unilaterales de EE.UU. porque el país depende de la importación de componentes, ahora prohibidas debido al bloqueo. Unos factores atravesados por otros desequilibrios, por ejemplo, el costo del combustible, el cual era, sin exageración: regalado. Tras la reconversión monetaria, que eliminó cinco ceros de nuestra moneda, el costo nunca fue ajustado. 

“La gasolina más barata del mundo”, tarde o temprano, nos resultaría costosa. Se veía venir.

Lo mismo había pasado con muchos de aquellos productos alimenticios o de higiene personal, cuyos montos regulados se habían quedado congelados en el tiempo. Pero, en esta ocasión, hay una notable diferencia: antes los sueldos nos permitían decir “si, que haya, caro, pero que haya”. Hoy, los sueldos nos hacen decir: “sí, hay que ponerle precio a la gasolina, pero necesitamos un aumento salarial que nos permita cubrirlo”.

En los últimos años, los venezolanos hemos tenido que ver nuestra realidad analizada en base a absurdas comparaciones o tolerar que digan que “lo queremos todo regalado”. Por esta razón, nos encontramos con quienes dicen que Venezuela está peor que Haití porque nuestro sueldo mínimo es de 4$ o quienes alegan que estamos mejor que Noruega porque los servicios no cuestan nada. Ambas lecturas muy, pero muy básicas, del panorama.

La verdad es que también muchos ya tampoco saben qué pensar. Algunos que en otrora defendían la nacionalización de las empresas básicas, hoy se ven tentados, ante la falta de agua o los constantes apagones, a pensar que “quizás si lo agarra un privado, que pueda realizar las inversiones necesarias, estaríamos mejor”. De esta forma, lo más grave del deterioro que vivimos es que parece estar borrando de nuestra memoria que los Estados sí pueden ser eficientes, que el control obrero sí puede funcionar, para instaurar la idea de que el pueblo no puede manejar su destino.

En medio de esto, los sectores políticos no aportan mucho. El gobierno se anotó una victoria geopolítica maravillosa tras recibir tanqueros llenos de gasolina, provenientes de Irán, a pesar de las amenazas de Washington. Pero, ¿realmente debe una “Venezuela petrolera” festejar que llegue combustible del otro lado del mundo sin cuestionar qué ha pasado más allá de las sanciones? El país cuenta con una gran industria refinadora prácticamente paralizada, pero nadie ofrece explicaciones claras.

Mientras, la oposición no hace más que criticar las medidas tomadas por Maduro, pero sin aportar una mínima solución. Por ejemplo, hay componentes necesarios para la refinación que no son producidos en el país, pero eran importados de Citgo, la filial de PDVSA en EE.UU. Esta empresa fue confiscada por EE.UU. y entregada al opositor Juan Guaidó, quien pese a haber instaurado un “gobierno paralelo”, no mueve un dedo para solventar los problemas que afectan a la gente. Al contrario, un tribunal estadounidense está a punto de rematar Citgo.

Por fin, y por ahora, la gasolina está acá. Tenemos derecho a 120 litros subsidiados a 5 mil bs el litro y de ahí en adelante, cada litro al “precio internacional” 0.50$. Mil bombas en manos del Estado cubriendo esos subsidios y 200 en manos privadas que venden la gasolina en esos 0.50$ el litro, aunque nadie sabe exactamente quienes son ni cuál es su papel en la cadena. ¿La importan? ¿Se la compran al propio Estado y nos la revenden? ¿Quién o cómo se nos garantizará que la gasolina de las bombas subsidiadas no terminará en las privadas? ¿Qué haremos cuando en las subsidiadas empiece a revolotear el “no hay” para redireccionarnos a las otras?

Al principio, las colas siguieron, pero tras activar el servicio 24 horas los 7 días de la semana, podríamos decir que volvió la “normalidad”. En consecuencia, el tema ha desaparecido de las grandes agencias de la información que solo saben meterle el dedo a las llagas venezolanas. Pero, ¿qué se viene? ¿Cuánto tiempo durarán los suministros? ¿Qué haremos luego? ¿Qué posibilidades hay de reactivar nuestra producción? Ninguna vocería da atisbos de nada.

Tampoco sabemos, a ciencia cierta, qué repercusiones económicas tendrá este nuevo modelo de la gasolina. Y más allá de eso, resta esperar que pasen los años para conocer cómo permearán estos hechos nuestras concepciones de qué es o debe ser el tan mentado “socialismo”.

La idea de una “Revolución Bolivariana” era precisamente democratizar el acceso (a la comida, al estudio, a la vivienda, a gasolina y el carrito donde echarla). En algún punto del camino esto se hizo imposible y el gobierno intentó paliar con combos de alimentos o cuotas subsidiadas de tales o cuales cosas. Pero ¿es acaso lo mismo? ¿Entregar (o devolver) espacios “al mercado” mientras se conserva una pequeña cuota para la gente es la única salida ante las sanciones y constantes ataques de EEUU? ¿Se debe cambiar del proyecto para evitar una hambruna o una invasión? Todo esto se pone mucho más confuso cuando no es claro qué son avances y qué son retrocesos. ¿Cuándo lo debatiremos?

Publicado originalmente en Venezuelanalysis.

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Un comentario

  1. Todo esto es una gran realidad, deberíamos obtener respuestas, unirnos en un gran movimiento de ciudadanos preocupados en obtenér respuestas, para que la denuncia no quede solo en el papel.

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