[CONTRATIEMPO] de la indiferencia: ¿Un país que se desborda?

«La urdimbre sin la trama es una derrota inevitable»


del Libro de las Revelaciones


Acercarse a Venezuela desde una perspectiva crítica es quizás más que un esfuerzo intelectual, el llamado que se hace casi en silencio a todos los ciudadanos de un país que parece se va sumiendo en una extraña enajenación de lo que pasa en general porque la historia cotidiana de cada cual es una sucesión de eventos impredecibles. Se asume que pensar críticamente al país pasa por poner en paréntesis su propia postura y en momentos de decisión del futuro inmediato y mediato, esa solicitud es casi que una invitación para el suicidio.

Hay quienes dicen estimular y respetar la crítica para, acto seguido, proceder a descalificar como traidor y vendido al oponente a quien decide emitir su opinión sobre la situación del país desde una perspectiva crítica. Entonces, el asunto parece tomar un cariz radicalmente distinto al pretendido con la crítica. Se busca una lealtad ciega, absoluta y con ello la posibilidad de la diferencia queda absolutamente cancelado como espacio de construcción. La negación de la diferencia es el comienzo para una constitución del otro como muerte.

La indiferencia se cultiva en Venezuela desde las dos posturas extremas que la muestran como vicio. Es la indiferencia ejercida desde no reconocer al otro por la vía de ignorar al disenso y es la indiferencia que se produce por la homogeneidad absoluta asumida al interior del sector que cada quien se ubica. El resultado es fundamentalmente una sociedad que va perdiendo las hebras que sirve para conectar la urdimbre. En este caso, la urdimbre son los modos de concebir la sociedad que son distintos, contrarios y antagónicos pero que inevitablemente se definen unos a otros, al menos por la vía del contraste, no solo porque se comparte un espacio físico común sino además, y quizás más importante, porque hay una idea de unidad, de común. En realidad, una idea de comunidad que en estos tiempos de la ausencia de los metarelatos no puede ser una unidad tribal sino orgánica, compleja y sumida, que duda cabe, en la diatriba entre concepciones del mundo. Es precisamente ese ir y venir entre las partes de la urdimbre que hacen posible la trama que es Venezuela, que es cualquier sociedad que se presenta como unidad. Este tema es de importancia fundamental para estos tiempos.

Sin embargo, parece que nos atrapa la indiferencia que es asumir que a la trama le basta un sólo hilo para construir la unidad. La propuesta de que todo discurso en estos tiempos debe ser unitario corre el riesgo de asumir que la unidad es un objetivo no solo posible sino inevitable. Allí lo que queda como ejecutor de la trama es quien logre hacer de su discurso, un ejercicio totalitario. No importa que se le disfrace de democracia, de derechos porque a la postre son los derechos de unos contra lo que se entiende son las dádivas para otros. Es la puesta en escena de respuestas a una situación de crisis política en los planos de una crisis humanitaria que encuentra centros comerciales llenos, comerciantes cobrando hasta el escándalo y un gobierno que protegiendo al pueblo no hace todo lo que debe, que incluye sancionar a quienes cometen delitos flagrantes públicamente, para que el pueblo pueda ser protagonista de su propia protección.

Ante estas circunstancias la indiferencia ante el desborde de un comercio que ha decidido acabar con los recursos de los consumidores y usuarios por parte de los organismos de gobierno a todo nivel, es revelador de una trama que se está perdiendo peligrosamente para todos: «el orden público». Es, para una oposición que no termina de superar el esquema del golpe de estado de 2002, un paso en la «dirección correcta»: Alcanzar la anomia social al máximo para que ocurra un ajuste brutal, cruento y darwiniano. Sobrevivirán los más aptos, es decir, quienes tienen. El gobierno se aferra a la única trama evidente pero no necesariamente la única posible ni tampoco la única realmente actuante: un «chavismo» que entendió que la paz es la victoria pero es además, una paz inquieta, con sabor a poco y cada vez más, con sabor a inútil.

Ese es el país que se nos desborda.. se deshilacha, en realidad. La urdimbres tan lejanas una de la otra y las tramas tan tenues para construir vínculos y puentes nos va mostrando que se trata quizás del tejido de Penelope, aquel que una mujer en una isla hacía y deshacía para dar la oportunidad para que llegara la salvación. En nuestro caso, este tejido de una sociedad compleja pero solidaria, con ideas distintas pero respetuosas de un orden mínimo de interacción entre quienes nos reconocemos distintos pero compañeros de camino en hacer una nación grande, es la única posibilidad de cobijar a viejos, niños, adultos no sólo para un futuro promisor sino para un presente que trascienda la persecución del sustento diario.

Las elecciones puestas en el escenario donde están corren el riesgo de convertirse en un bostezo de indiferencia que puede ser el anuncio no de un sueño sino de la pesadilla que algunos labran, abiertamente, con el concierto de potencias mundiales que ansiosas por recobrar su brillo no importa si lo hacen con la sangre de inocentes.


A Tiempo: La Universidad de Los Andes supo hacer bien su tarea. Sus autoridades convertidas en asesinas de la diferencia de pensamiento rindió pleitesía al pensamiento único. Es casi una ironía que a 100 años de la reforma de Córdoba, sea la oligarquía y la iglesia católica quienes lleven la voz cantante en la casa vencida por la sombra.


Emergencias: La emergencia de lo económico dejó de ser un anuncio para convertirse en una urgencia que puede dar al traste con la idea de Venezuela como unidad. No es descabellado pensar que la sociedad venezolana se juega en estas elecciones su propia identidad como nación al plantearse la dependencia económica de manera directa a una moneda extranjera.


Allende: Una tragedia histórica la de los pueblos que fueron saqueados por las oligarquías excluyentes durante siglos, vean a sus líderes populares ser llevados a prisión por presuntos actos delictivos que son nada ante el saqueo sostenido por esas oligarquías a los países, hombres y mujeres durante siglos. En Lula se resume la afrenta que sufren los pueblos..y la lista de perseguidos no cesa. ¿Nos daremos cuenta que somos nuestros propios verdugos?

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