[OPINIÓN] El conflicto en Palestina: una mirada al trasfondo del genocidio

El enemigo sionista ha logrado utilizar el arma del secuestro de tierras, pero hasta ahora —a pesar de sus políticas terroristas, sus muchas masacres y sus actos de brutalidad— no han logrado desarraigar a nuestra gente de su suelo nacional. Se puede decir que el hecho de que nuestro pueblo haya permanecido en nuestro suelo nacional constituye el arma más eficaz que hemos tenido para combatir la política de despojo progresivo de la tierra.

George Habash

Después de casi cuarenta días del inicio del conflicto entre los palestinos y la fuerza militar israelí, la cifra de fallecidos supera las 14 mil personas en la Franja de Gaza. Entre las víctimas se cuentan más 5.500 niños y 3.900 mujeres, sin embargo, estos números podrían aumentar debido a la existencia de 2.650 personas desaparecidas —incluidos aproximadamente 1.400 niños— que estarían potencialmente atrapadas o muertas bajo los escombros tras los bombardeos israelíes.[1]

El actual número de bajas supera cualquier operación anterior del ejército israelí en el enclave palestino. La actual operación “Espadas de Hierro” ya contabiliza más del triple de bajas palestinas que el resultante de la sumatoria de las once operaciones realizadas desde la retirada de las fuerzas de ocupación israelíes en 2005, hasta inicios de 2023.

La operación “Margen Protector” (2014), la anterior incursión —una de las más mortíferas por parte de Israel en el territorio de Gaza— superó los 2.200 palestinos muertos, esa cifra representa solo el 15% de las bajas actuales. En aquella ocasión, esa operación militar causó la muerte de 550 niños, en la actualidad ese número palidece, ante el hecho de que las pérdidas ya son diez veces mayores.

Incluso si comparamos los daños mortales causados el 7 de octubre por la operación “Inundación de Al-Aqsa”, al otro lado de los muros de Gaza con los datos señalados, los daños resultan totalmente desproporcionados. Israel ha reconocido la muerte de 1261 israelíes por los ataques del 7 de octubre, lo cual quiere decir que por cada víctima de Israel han caído más de 11 palestinos; por otra parte, las fuerzas armadas de Israel reconocen 361 soldados caídos en combate durante la operación y más de 1000 milicianos del Harakat al-Muqáwama al-Islamiya (Hamás)​ abatidos, es decir, una proporción de uno a tres.

Al margen de lo anterior, el conflicto también se ha extendido a Cisjordania donde afloran denuncias de violación de derechos y detenciones masivas. La pasada semana los periodistas israelitas Hagar Shezaf y Nir Hasson denunciaron la aparición en las redes sociales de grabaciones de torturas y tratos humillantes, realizadas por miembros de las fuerzas militares de ocupación de Israel en Cisjordania.[2] Hasta la fecha, en esa zona, las fuerzas israelíes han matado, al menos, a 200 palestinos y herido a más de 2.500.[3]

Muchos organismos han denunciado el actual conflicto de Gaza como un genocidio en proceso y como un episodio más en la larga práctica de limpieza étnica de las autoridades sionistas de Israel en el territorio palestino.[4]

Cabría por el contexto señalado preguntarse: ¿cómo entender la operación “Inundación de Al-Aqsa” realizada por Hamás frente a un precedente tan evidentemente mortífero? Y, por otro lado, ¿cuál es el fin último de la operación “Espadas de Hierro” por parte de Israel?: ¿ejercer el principio de legítima defensa?, ¿eliminar a Hamás en gaza?, ¿rescatar a los 239 rehenes secuestrados desde el 7 de octubre?

Como entender el 7 de octubre

Cuando se piensa en el 7 de octubre y en la incursión de los milicianos en los territorios de los colonos israelíes, se suelen interpretar estos actos como esencialmente terroristas e incluso como actos estrictamente antisemitas, comparando a los milicianos de Hamás con las SS de la Alemania nazi. Dejando de lado el hecho evidente de que las SS no solían tomar rehenes, la desproporción en el argumento es ignorar garrafalmente un conflicto mucho más complejo, y donde Hamás no es precisamente una fuerza tan amenazante como lo fue el ejército nazi para la comunidad judía.

Algunas aclaratorias previas

Lo anterior no es un elogio a Hamás, con el que personalmente tengo profundas diferencias ideológicas, ni tampoco una especie de carta abierta al asesinato de ciudadanos israelíes o a miembros de sus comunidades judías. Personalmente me considero afortunado al contar entre mis amigos, compañeros y camaradas con varias personas que se identifican como judíos.

De igual forma le debo mucha admiración a otros miembros de esta comunidad, que no conozco, pero que de forma tenaz han luchado contra el sionismo desde dentro de las fronteras de Israel. Me refiero al historiador Ilan Pappé, con el cual comparto amplias apreciaciones sobre el papel de la disciplina histórica en el conflicto palestino, al igual que la posición ideológica desde donde la confronta. También me refiero al periodista Gedeón Levy por siempre desmentir la metáfora de la paz israelí. A Israel Shahak por sus investigaciones sobre la historia sionista y sus intachables críticas. E incluso a Yaron Ezrahi por sostener una crítica prologada, desde la academia, al sionismo y su problema con la democracia, incluso al margen de su posición liberal y posmoderna. Solo por mencionar esos cuatro ejemplos.

Desde fuera de Israel los ejemplos son aún mayores, pero solo citaré a tres de ellos: Norman Finkelstein, por su cruzada permanente contra los crímenes del Estado de Israel en el terreno internacional y contra los territorios ocupados. Ian Lustick, por sus brillantes libros de condena a la prácticas sionistas en el problema de palestina; e incluyo a Zeev Maoz, quien después de haber sido parte de la academia militar israelí, escribió el mejor libro crítico sobre su política militar, me refiero a Defending The Holy Land,[5] libro del cual extraje importantes pasajes para este artículo.

A ellos me une una gran estima y una profunda animadversión por el sionismo político de las capas dominantes político/militares de Israel, y por el actual “gobierno que está lleno de tipos mesiánicos, colonos extremistas, racistas de nacimiento”, como bien lo ha definido el periodista israelí Yossi Verter hace un par de días en el diario Haaretz.[6]

Un poco de contexto al conflicto

Sin embargo, el actual gobierno racista, colonialista y genocida es simplemente un eslabón más en la cadena de gobiernos pretorianos que han hecho del ejercicio de la violencia la forma de hacer política con las comunidades palestinas que se mantienen bajo su ocupación.

Estos elementos son parte fundamental de la lógica sionista integrada en la formulación, funcionamiento y filosofía política del propio Estado israelí. Uno de los historiadores más famosos del Estado sionista, Simha Flapan, definía en el prólogo de su libro Zionism and the Palestinians,los fines y la filosofía de dicho Estado en cinco grandes eslabones:

(1) La construcción gradual de una economía y un potencial militar fuertes como base para el logro de los objetivos políticos; (2) lograr la alianza con una gran potencia externa al Medio Oriente; (3) el no reconocimiento de la existencia de una entidad nacional palestina; (4) el entendimiento del sionismo como una misión civilizadora en una zona subdesarrollada; (5) fomentar la segregación cultural, económico y social como requisitos previos para el renacimiento de la religión judía en la vida nacional; y (6) el concepto de “paz desde la fuerza”.[7]

Estos 5 elementos han guiado la política israelí y la han hecho convertirse en una de las potencias regionales del Medio Oriente, gracias a su economía y a su ejército, ambos elementos estrechamente combinados en el sector más remunerativo del país, el armamentístico de alta tecnología. Por otra parte, la alianza ya tradicional con EEUU la coloca como una nación protegida de cualquier amenaza militar real en el Medio Oriente.

Por otro lado, más allá del reconocimiento de la Autoridad Nacional Palestina desde los tratados de Oslo por parte de Israel, los propios palestinos con ciudadanía israelí son considerados ciudadanos de segunda por la legislación israelí y en el caso de los palestinos que habitan las zonas bajo ocupación en Cisjordania y Gaza, la situación resulta más grave. De allí que, tal como lo describe Ian Lustick, para 2019

Un millón y medio de árabes son ciudadanos de Israel, pero con acceso de segunda clase a recursos estatales y oportunidades para ejercer sus derechos. Los 350.000 árabes palestinos que son permanentes residentes de la Gran Jerusalén son ciudadanos del municipio que habitan, pero no del Estado (Israel). Tienen derechos de residencia, pero tienen severamente restringido el acceso a los recursos municipales. Dos millones de habitantes de la Franja de Gaza viven bajo el control del Estado israelí en un gueto sellado. Más de 2,7 millones de árabes de Cisjordania viven en un archipiélago de ciudades, pueblos y aldeas. Aunque no están tan guetizados como los palestinos de Gaza, están sujetos a un estricto sistema de leyes de pases, cuyos requisitos arbitrarios y permanentemente cambiantes, empoderan a los soldados israelíes, en cerca de 150 puestos de control, para negar sumariamente la salida o la entrada (de los palestinos) a sus localidades o tierras.[8]

Esto nos demuestra hasta qué punto el no reconocimiento real de la entidad nacional palestina y la segregación cultural, económica y social siguen siendo los pilares de la política del Estado israelí. El origen de este Estado, y el recorrido de sus 75 años de historia, nos rebela su inicio violento y genocida, y que fomentado por sus elites sionistas ha devenido en un Estado de apartheid colonialista.

En este sentido, a pesar de que Israel oficialmente define su fundación el 14 de mayo de 1948, el historiador Ilan Pappé focaliza la atención en el 10 de marzo de 1948, donde comienza a ejecutarse el Plan D (Dalet en hebreo). Un plan “producto inevitable de la ideología sionista, que abogaba por un Estado exclusivamente judío en Palestina”.

El plan contempló el destierro de más de la mitad de la población nativa de Palestina, cerca de 800 mil personas expulsadas de sus hogares junto a la destrucción de más de 531 aldeas, y el vaciado de once barrios. Todo eso fue logrado en un periodo de seis meses, a partir del accionar de todas las organizaciones paramilitares israelitas.

En la creación de su Estado-nación el movimiento sionista no libró una guerra que “trágica, pero inevitablemente” condujo a la expulsión de “una parte de” la población indígena, sino todo lo contrario: su principal meta era la limpieza étnica de toda Palestina, el territorio que el movimiento codiciaba para su nuevo Estado.[9]

El mito de un Estado formulado sin genocidios y violencia fue el pilar de la historia tradicional israelí, una historia de David contra Goliat, donde todos los Estados árabes fungían como enemigos potenciales y donde la actitud militar de Israel siempre se fomentó como defensiva y por eso guerrerista.

Sin embargo, al respeto, el muy documentado trabajo de Zeev Maoz tiene mucho que decir:

En todas y cada una de las guerras (desde la guerra de independencia hasta la segunda guerra con el Líbano), Israel disfrutaba de una abrumadora superioridad en términos tanto cuantitativos como en capacidades cualitativas con respecto a las fuerzas árabes que realmente lo enfrentaron. Israel nunca fue el David en este conflicto y los árabes nunca jugaron el papel de Goliat… La cuestión palestina pudo haber captado gran parte de esa retórica árabe (por destruir a Israel). Pero el esfuerzo real que los Estados árabes invirtieron en defender y apoyar a los palestinos o en realmente ayudarlos a realizar sus sueños (cualesquiera que hayan sido) fue mínimo. Tanto en paz como en guerra, era mucho más probable que los Estados árabes se traicionaran y engañasen mutuamente a que actuaran de común acuerdo.[10]

Para Maoz, el hecho de que el país naciera a partir de una población de alta composición inmigrante, muy variada y heterogénea, hizo necesario buscar un elemento vinculante de identidad para la totalidad de la comunidad. Para lograr esto solo existían dos elementos sobre los cuales se podía construir esa identidad nacional homogénea, uno era el judaísmo. Este fue descartado por las primeras elites políticas, por implicar una injerencia religiosa peligrosa para el escenario político, cabe resaltar que el primer líder político de Israel David Ben-Gurión se definía como sionista, mas no creyente del judaísmo.

En tal sentido, sostiene Maoz, solo quedó una opción: el ejército. Las Fuerzas de Defensa de Israel se convirtieron en el símbolo organizador del estado, el nacionalismo y el israelismo, además de una alternativa al judaísmo como instrumento movilizador.

El militarismo israelí, tal como se desarrolló a principios de la década de 1950 y se intensificó en la década de 1960 y 1970, fue ante todo simbólico. Pero el uso de una mentalidad de asedio como un motivador social no tomó sólo una forma simbólica; también tuvo importantes aspectos prácticos. Se emplearon cuatro estrategias importantes para desarrollar El militarismo como motivador social y como fuerza de construcción del Estado. Estas estrategias fueron (1) construir una sociedad completamente movilizada a través de un sistema de reclutamiento general y una gran fuerza de reserva; (2) mantener el conflicto (árabe o Palestino) en primer plano, cultivando así una mentalidad de asedio permanente; (3) utilizar las FDI como instrumento de legitimidad política mediante la creación de una fuerza militar estratificada; y (4) involucrar a las FDI en proyectos de construcción social y estatal.[11]

La nación israelí nació bajo el principio del conflicto desventajoso con sus vecinos, bajo el manto de una mítica debilidad que la colocaba en peligro y con un militarismo permanente que construyó su lógica de vida cotidiana.

Esta lógica militarista permeó toda su institucionalidad, barnizándola con una permanente convivencia entre el estado de excepción hacía las poblaciones no judías y los territorios ocupados. Con una aparente democracia liberal para la población judía, y entre un Estado que defiende sus fronteras con muros, pero que promueve el florecimiento de colonias en territorios ilegalmente adquiridos.

Citando al fallecido profesor Yaron Ezrahi de la Universidad Hebrea de Jerusalén, para señalar que:

En muchos aspectos, Israel surgió como un sistema colonial dual clásico, bajo el cual un sistema legal bastante adecuado que restringe el uso arbitrario del poder dentro de la frontera anterior a 1967, coexiste con un sistema masivo de asentamientos ilegales, según el derecho internacional, en territorios ocupados en los que la violencia de los colonos es informal (y a veces también legalmente) tolerada por un gobierno que no estuvo dispuesto a arriesgar el apoyo político de la derecha israelí.[12]

El conflicto palestino, un genocidio vestido de guerra

Tras entender estas condiciones, tanto el sionismo justificador de la estructura legal segregadora y el carácter militarista que constituye al Estado de Israel, debemos ahora detenernos un poco para analizar las condiciones históricas del conflicto palestino y su relación con la seguridad de Israel.

Según datos recogidos por Zeev Maoz, entre 1949 y el 2003, la proporción de muertos israelíes frente a los muertos palestinos por el conflicto territorial llega a casi cuatro palestinos por cada israelí, aproximándose a mediados de los años cincuenta y sesenta a ser siete a uno la diferencia. Cabe mencionar que, entre los esfuerzos de Israel por tratar el tema de la disidencia, se cuenta la creación de la famosa Unidad 101 en 1953.

Entre los múltiples “logros” de esta unidad se cuenta la Masacre de Qibya, donde fueron asesinados 69 civiles (mujeres, niños y ancianos), al ser dinamitada la casa donde estos habitaban. Al mando de la unidad y de la operación “Shoshana” (Masacre de Qibya) estaba, para ese entonces, el oficial Ariel Sharón.

El mismo que a comienzos del año 2000, se convertiría en primer ministro de Israel y sería el creador de (y quien introduciría en los protocolos de seguridad de los organismos de inteligencia) los llamados asesinatos selectivos. Esta práctica fue tan común, que durante el 2004 se registraron 150 palestinos asesinados, sin juicio previo y solo por ser sospechosos de terrorismo.

El promedio histórico señalado arriba empezó a alterarse por los ataques de precisión o asesinatos selectivos, y por lo que Maoz llamo la “política del deterioro”, que consistía en generar el mayor daño posible en el terreno insurgente, al margen de la consideración del riesgo civil. Según muestra Maoz, durante la primera Intifada (1987-1993), los muertos palestinos fueron 1.124 y los israelíes 75, es decir prácticamente de quince a uno.

Para la segunda Intifada (2000-2005), la proporción se redujo con 972 israelíes caídos frente a más de 3.000 palestinos(as), es decir 1 israelí por cada 3 palestinos(as). Cabe destacar que, durante este periodo, entre los meses de marzo y abril de 2004, las FDI asesinaron a todos los dirigentes de Hamás en Gaza, incluido a el jeque Ahmad Yassin y a Abdel Aziz Rantisi, cofundadores de Hamás. Esto último nos demuestra que la solución militar carece de sentido contra los grupos irregulares que atacan Israel, y que probablemente la actual caza de los dirigentes de Hamás simplemente concluya fortaleciéndolos, como la vez anterior. Al respecto, tal como el propio Zeev Maoz lo señala:

Una política militar que no va acompañada de políticas encaminadas a reducir la motivación del adversario para actuar violentamente no puede tener éxito, ni a corto ni a largo plazo… el concepto israelí de dominio de escalada (política del deterioro) no puede tener éxito si el único objetivo de estas acciones es reducir las capacidades y las oportunidades disponibles para el movimiento de liberación y organizaciones guerrilleras. Cuando estos métodos no van acompañados de acción política encaminada a ofrecer alternativas pacíficas a la resistencia popular, solo se necesitan unos pocos grupos decididos y medios limitados para generar una gran cantidad de daño físico y psicológico a una sociedad.[13]

El problema fundamental que ve Maoz, corresponde a que desde la postura errada del guerrerismo israelí es imposible la paz, porque el principio sionista de “paz desde la fuerza” sigue primando; sobre esto insiste Maoz: “Uno casi nunca oye en los círculos estratégicos israelíes que tal vez la dependencia de la fuerza militar como principal (o incluso único) instrumento de política es fundamentalmente erróneo”.[14]

Se podría formular el problema de las elites israelís, con respecto a las críticas de Maoz, como un problema de conceptos fijos, que por autoconvencimiento estas creen que todavía funcionan y que por lo tanto empecinadamente matienen.  Sin embargo, como cualquier crisis histórica, la de Israel no alcanza a resolverse con autoconvencimieto, eso explica la profunda crisis política que arrastra el país desde el 2011 y que alcanzó su pico más alto en 2023, con las protestas masivas contra las reformas del primer ministro Benjamín Netanyahu,  un caso claro de intentar superar el sionismo clásico recurriendo a uno más fundamentalista y religioso.[15]

El problema de la violencia

Entonces como entender el 7 de octubre después de todo este periplo. Por extraño que parezca, esto se logra recurriendo a uno de los místicos-filósofos judío-alemán más curiosos del siglo XX, me refiero a Walter Benjamín, que solo por casualidad también fue marxista.

Benjamín escribió en el año 1921 un pequeño ensayo titulado “Para una crítica de la violencia” (Zur Kritik der Gewalt). Como contexto, cabe señalar que el escrito es hecho en los mismos años del surgimiento del nazismo en Alemania y su trasfondo antisemita

En ese texto, Benjamín reflexiona entorno a la violencia y el derecho, describiendo la condición propia del derecho, como una forma de violencia institucionalizada que mantiene el statu quo y perpetúa las desigualdades existentes.

Sobre esta línea, establece la diferencia entre dos tipos de violencia, la violencia mítica que crea derechos y los instrumentaliza para el dominio, que defiende la tradición y purifica con el castigo, y la violencia divina que rompe con lo anterior y viene a alterar la violencia mítica. Según Benjamín, 

La violencia divina constituye en todos los puntos la antítesis de la violencia mítica. Si la violencia mítica funda el derecho, la divina lo destruye; si aquella establece límites y confines, esta destruye sin límites… si aquella es tonante, esta es fulmínea… La violencia mítica es violencia sangrienta sobre la desnuda vida en nombre de la violencia, la pura violencia divina es violencia sobre toda vida en nombre del viviente. La primera exige sacrificios, la segunda los acepta.[16]

El ataque del 7 de octubre irrumpió como furia divina contra el derecho sobre esos territorios, fruto del dominio y la ocupación de las tierras palestinas por parte de Israel. El ataque irrumpió sobre los límites, los muros y los guetos creados por la guerra permanente de un ejército asesino. Aquella fue una violencia fulminante contra décadas de violencia institucional. Mientras que la violencia sionista deshumaniza y condena a todos a la muerte, la violencia del 7 de octubre fue un grito en nombre de décadas de martirio. La violencia mítica sionista hasta el día de hoy exige más y más sacrificios, la violencia divina del 7 de octubre los sigue aceptando.

La operación “Inundación de Al-Aqsa” fue una muestra de violencia divina, no porque haya sido llevada cabo por un movimiento religioso, sino porque puso de nuevo en cuestionamiento el dominio casi mítico sobre la vida palestina que poseen y han poseído los gobiernos sionistas de Israel, junto a sus injusticias y depravaciones.

Una aclaratoria final

Este articulo puede tildarse de imparcial, pero parafraseando a Ilan Pappé, quien escribe este artículo confiesa y admite sentir compasión por el colonizado, no por el colonizador; que simpatiza con los que sufren bajo la ocupación, no con los ocupantes; y que se pone de parte de los obreros, no de sus patrones.

Me complace saber que cada vez somos más lo que pensamos que el sionismo está equivocado, me entusiasma constatar hoy que mucho israelíes consideran que Israel debe convertirse en un Estado de derecho con igualdad para todos sus ciudadanos;[17] o incluso enterarme que las comunidades judías de EEUU y de otros lugares del mundo cada vez se sienten más distantes de los fundamentos del sionismo israelí.[18]   

Sin embargo, queda mucho por hacer, corresponde exigir un cese al fuego, por el principio básico de que ya no hace falta matar más personas, contrario a lo que ciertos portales piensan.[19] Generar presión mediática alrededor de lo irracional de la matanza que se está llevando a cabo, y seguir apoyando la resistencia palestina en sus tierras. Porque la mayor arma que poseen los palestinos es seguir habitando su tierra, esa es su mayor muestra de violencia divina, al aceptar el sacrificio que el gobierno sionista y la comunidad internacional indolente les ha impuesto por su dignidad.


[1]https://www.aljazeera.com/news/liveblog/2023/11/21/israel-hamas-war-live-medics-patients-remain-trapped-in-gaza-hospitals

[2] https://www.haaretz.com/israel-news/2023-11-09/ty-article-magazine/.premium/growing-number-of-idf-soldiers-are-documenting-and-posting-their-own-abuse-of-palestinians/0000018b-ae60-dea2-a9bf-fefe96070000

[3] https://www.aljazeera.com/opinions/2023/11/21/palestinians-in-israel-also-face-a-nakba

[4] https://twailr.com/public-statement-scholars-warn-of-potential-genocide-in-gaza/. También: https://www.ohchr.org/en/press-releases/2023/10/un-expert-warns-new-instance-mass-ethnic-cleansing-palestinians-calls#:~:text=GENEVA%20(14%20October%202023)%20%E2%80%93,Hamas%20and%20Israeli%20occupation%20forces.

[5] Defender la Tierra Sagrada: Un análisis crítico de La seguridad y la política exterior de Israel. En adelante citando desde la siguiente versión en inglés: Zeev Maoz, Defending the Holy Land: A critical analysis of Israel’s security and foreign policy (Ann Arbor, 2006).

[6] https://www.haaretz.com/israel-news/2023-11-10/ty-article/.premium/as-netanyahu-battles-for-survival-protest-groups-pivot-to-ensuring-his-post-war-ouster/0000018b-b5cd-dedf-adab-f5dd5b460000

[7] “(1) gradual build-up of an economic and military potential as the basis for achievement of political aims; (2) alliance with a great power external to the Middle East; (3) nonrecognition of the existence of a Palestine national entity; (4) Zionism’s civilizing mission in an undeveloped area; (5) economic, social and cultural segregation as prerequisites for the renaissance of Jewish national life; (6) the concept of ‘peace from strength’”. Simha Flapan, Zionism and the Palestinians (Barnes & Noble Books • New York a Division of Harper & Row Publishers, inc., 1979). Prólogo.

[8] “One and a half million Arabs are citizens of Israel… but second-class access to state resources and opportunities to exercise those rights. The 350,000 Palestinian Arabs who are permanent residents of Greater Jerusalem are citizens of the municipality they inhabit but not of the state. They have residency rights but severely restricted access to municipal resources. Two million inhabitants of the Gaza Strip live under Israeli state control in a ghetto sealed… More than 2.7 million West Bank Arabs live in an archipelago of cities, towns, and villages. While not as tightly ghettoized as Gaza Palestinians, they are subject to a strict system of pass laws whose constantly changing and arbitrary requirements empower Israeli soldiers at nearly 150 checkpoints to summarily refuse exit from or entrance into their localities or lands.” Ian S. Lustick, Paradigm Lost from Two-State Solution to One-State Reality (University of Pennsylvania Press, 2019), págs 125-126.

[9] Ilan Pappé, La limpieza étnica de Palestina (Editorial Crítica, Barcelona, 2008), pág. 15.

[10] “In each and every war —including the 1948 War of Independence— Israel enjoyed an overwhelming superiority in terms of both quantitative and qualitative capabilities to the Arab forces that actually confronted it. Israel was never the David in this conflict, and the Arabs never played the role of Goliath… The Palestinian issue may have captured much of that Arab rhetoric. But the actual effort that the Arab states invested in defending and supporting the Palestinians or in actually helping them realize their dreams (whatever these may have been) was minimal. Both in peace and in war, the Arab states were far more likely to betray and deceive each other than to act in concert”. Zeev Maoz, Defending the Holy Land: A critical analysis of Israel’s security and foreign policy (Ann Arbor, 2006), pág. 546.

[11] “Israeli militarism, as it developed in the early 1950s and intensified in the 1960s and 1970s, was first and foremost symbolic. But the use of a siege mentality as a social motivator took not only a symbolic form; it also had important practical aspects. Four significant strategies were employed to develop militarism as a social motivator and as a state-building force. These strategies were (1) building a fully mobilized society through a system of general conscription and a large reserve force; (2) maintaining the conflict on a back burner, thus cultivating a permanent siege mentality; (3) using the IDF as an instrument of political legitimacy by creating a stratied military force; and (4) engaging the IDF in social and statebuilding projects. I discuss briefly each of these strategies”. Zeev Maoz, Ob. Cit., pág. 582.

[12] “In many respects, Israel emerged as a classical dual colonial system under which a fairly proper legal system restraining arbitrary use of power within the pre 1967 border coexists with a massive system of settlements illegal under international law on occupied territories in which settlers’ violence is informally (and sometimes also legally) tolerated by a government unwilling to risk its political support by the Israeli right”. Yaron Ezrahi, Imagined Democracies, Necessary Political Fictions (Cambridge University Press, 2012), pág. 155.

[13] “A military policy that is not accompanied with policies aimed at reducing the adversary’s motivation for violent action cannot be successful, either in the short or in the long term… the Israeli concept of escalation dominance cannot be successful if the sole aim of these actions is to reduce the capabilities of and the opportunities available to the liberation movement and guerrilla organizations. When these methods are not accompanied by political action aimed at offering peaceful alternatives to popular resistance, it takes only a few determined groups and limited means to generate a great deal of physical and psychological damage to a society”. Zeev Maoz, Ob. Cit., pág. 297.

[14] “One almost never hears in Israeli strategic circles that perhaps the reliance on military force as the principal (or even the only) instrument of policy is fundamentally misconceived”. Zeev Maoz, Ob. Cit., pág. 233.

[15] https://www.haaretz.com/israel-news/2023-11-10/ty-article/.premium/as-netanyahu-battles-for-survival-protest-groups-pivot-to-ensuring-his-post-war-ouster/0000018b-b5cd-dedf-adab-f5dd5b460000

[16] Walter Benjamin, Para una crítica de la violencia (versión digital), pág. 41.

[17] https://www.ynetnews.com/articles/0,7340,L-5458296,00.html

[18] https://www.maariv.co.il/news/world/Article-675940

[19] https://www.economist.com/leaders/2023/11/02/why-israel-must-fight-on


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