[OPINIÓN] 26 de julio: la derrota que se transformó en un triunfo

Gabriel Vera Lopes

En la casa de sus abuelos, donde creció Elier Ramírez Cañedo, había un ejemplar de “La Historia me Absolverá” firmado por Fidel. “Era el mayor orgullo de mi abuelo,” nos cuenta mientras sonríe. Rodeados de libros de la biblioteca del Centro Fidel Castro, donde actualmente ocupa el cargo de subdirector, Elier nos brinda una extensa entrevista para revisitar uno de los acontecimientos más importantes del Siglo XX: el asalto al cuartel Moncada.

Considerado por muchos como una de los acontecimientos históricos más importantes de la luchas sociales y revolucionarias más importantes del siglo XX, el asalto al Moncada fue una rebelión contra la dictadura a la que era sometida Cuba en esa época. Pero, sobre todo, fue una rebelión contra los dogmas de lo posible.  Y este 26 de julio marca su aniversario número 70.

La fecha del 26 de julio de 1953 es un punto de partida: se trata del inicio de la Revolución Cubana que culminaría seis años después con la caída de la dictadura de Fulgencio Batista el 1 de enero de 1959.

Tras ser encarcelados luego del asalto en 1953 y absueltos por presión popular en 1955, lo primero que hicieron Fidel y sus compañeros fue disponerse a buscar recursos para reiniciar la lucha contra la dictadura de Batista. Luis Cañedo García y Elena Martínez, los abuelos de Elier, fueron de los primeros cubanos que recibieron a Fidel en Estados Unidos al salir de la cárcel. En el living de su casa, se hacían las reunían de los cubanos que apoyaban al naciente movimiento 26 de julio. Al salir de EEUU rumbo a México, Fidel les dejó a Luis y Elena un ejemplar dedicado de la Historia me Absolverá. 

“Uno de los legados más grandes de Fidel es que nos enseñó a transformar lo imposible en infinita posibilidad, con la audacia y herejía de esos jóvenes. Yo lo veo en eso. Porque cuando uno lo ve hoy, se nos aparece como algo un poco natural o fácil- como un proceso que heredamos, que conocemos, que nos dan en las escuelas desde hace años. Pero cuando uno se ubica en el año 1953, uno se da cuenta de que eso parecía un imposible: hacer una acción como esta que pudiera triunfar y al mismo tiempo que pudiera desatar todo lo que desató,” cuenta Elier Ramírez Cañedo. “Yo creo que lo que más nos enseña esa época es la importancia de la fe en la victoria y optimismo. Pero una fe y un optimismo activos, no cruzados de brazos.”

Así, el asalto al Moncada puede pensarse como el puntapié inicial de un proceso de largo aliento que, lejos de ahogarse en la derrota, se recrudece en la lucha. Sin embargo, para poder captar su verdadera importancia, debemos remontarnos a episodios anteriores que, poco a poco, fueron preparando el terreno para que este episodio emblemático se convirtiera en realidad.

1951 un (posible) inicio en la historia. (El ultimo azadonazo)


El sonido metálico y eufórico de la voz inconfundible de Eduardo Chibás sonaba en el altoparlante de la radio. Los estudios de CMQ Radio eran un hormiguero. Entraban y salían personas de rápido paso y cigarrillos eternos. Los bares alrededor del edificio se llenaban de operadores políticos, periodistas, bravucones, informantes y servicios de inteligencia. Por aquella época, Chibás había hecho de su programa radial una suerte de trinchera. Los domingos por la noche, lanzaba sus denuncias contra el régimen de corrupción y saqueo que reinaba en la isla desde los estudios de CMQ Radio. Pero esa noche de verano su voz arrastraba un nerviosismo que no le era común.

“El tribunal de la inquisición le gritaba a Galileo: ´ ¡Mentiroso y engañador! ¡Presenta las pruebas de que la tierra se mueve alrededor del sol! ´. Galileo no pudo presentar las pruebas físicas del hecho evidente y fue condenado, pero siguió repitiendo firme en su convicción moral: pero se mueve” gritaba Chibás frente al micrófono.

Ya desde sus años universitarios, el drama de la historia de su país no le había sido ajeno a Chibás. En esos años de efervescencia estudiantil, participó activamente en las luchas contra el gobierno despótico de Gerardo Manchado. Incluso llega a participar en la campaña por la libertad del líder estudiantil y fundador del Partido Comunista Cubano, Julio Antonio Mella, quien junto a otros dirigentes de izquierda había sido encarcelado por su activismo político. Años más tarde, en 1934, Chibás formó parte de la fundación del Partido Autentico -partido que dominaría la escena política durante casi dos décadas-.

“Hace 5 años, acusé al ministro de educación, José Manuel Alemán, de robar los dineros del material y el desayuno escolar y de estar fomentando en Miami un imperio de propiedades inmuebles. El ministro Alemán y todos sus coriceos atronaron el espacio gritando: ´ ¡Mentiroso calumniador, presenta las pruebas! ´. Yo no pude presentar las pruebas físicas de que se estaban robando el dinero del tesoro nacional. Pero seguí repitiendo, firme en mi convicción moral: ¡Se lo roban, se lo roban!” seguía su eufórica alocución esa noche del 5 de agosto de 1951.

Para 1951 la degeneración del Partido Autentico que él mismo había conformado era total. Lo que había nacido bajo el lema “Cuba para los cubanos” y la promesa de luchar por una renovación nacionalista y progresista, pronto se había convertido en un verdadero aparato de saqueo y corrupción.

Luego de varios años de formar parte de la oposición interna, Eduardo Chibás encabeza una ruptura partidaria y funda el Partido Ortodoxo en 1947. Bajo una posición de principios renuncia a seguir formando parte de su propio gobierno –es decir, renuncia a los cargos y el dinero que siempre hacen encontrar a los oportunistas alguna excusa de por qué mantenerse dentro-. Alzando el lema “Vergüenza contra el Dinero”, los ortodoxos se oponían directamente al Partido Autentico -que gobernaba el país desde 1944- denunciando su corrupción y la claudicación de los ideales originales del partido.

“El domingo pasado desde esta misma tribuna de orientación y combate presenté al pueblo pruebas irrefutables de la enorme corrupción del régimen de Prío. Fotografías de escuelas y hospitales en la miseria que contrastan con las fincas y palacetes ostentosas de gobernantes que hace poco vivían en la pobreza. Sin embargo, a pesar de que las continuas depredaciones del Machado, de Batista y de Graus San Martin y Carlos Prio no han conseguido embotar la sensibilidad moral del pueblo cubano -lo que habla muy alto de la sensibilidad de la firmeza de sus virtudes-, mis palabras del pasado domingo no tuvieron toda la resonancia que la grave situación requería”, se lamentaba la voz de Chibás en la radio.

Eduardo Chibás se había convertido en una de las figuras políticas de oposición más carismáticas e importantes de Cuba. El Partido Ortodoxo, su movimiento político, había logrado reunir a miles de jóvenes decepcionados con el rumbo político que el país había adoptado y posicionarse como una de las principales fuerzas capaces de disputar la presidencia en las elecciones fechadas para 1952. Sin embargo, esa noche de domingo, el 5 de agosto de 1951, Chibás se sentía acorralado por el poder político del país. Sus fuentes no le dieron los documentos que le habían prometido para demostrar cómo el ministro de educación estaba robándose dinero del material y desayuno escolar. Esa noche, en su programa radial, Chibás no soportó la presión de no poder mostrar las pruebas una vez más.

“Cuba necesita despertar. Pero mi aldabonazo no fue quizás lo suficientemente fuerte. Seguiremos llamando a la conciencia del pueblo cubano (…). Cuba tiene reservado un grandioso destino… pero debe realizarlo” vociferaba, frente al micrófono, con una voz que se había tornado frágil Chibás.

Fuera de CMQ Radio la noche se apoderaba La Habana. Al finalizar su discurso, Chibás dio una fuerte pitada a su cigarrillo, cerro los ojos y apretó fuerte las muelas. Del bolsillo interno de su saco, tomó su revolver. El sonido seco y metálico con el que Chibás se disparaba retumbó en todos los estudios del edificio. La muerte del principal líder de la oposición al régimen hundió a todo el país en una inmensa conmoción. Su desesperado suicidio fue su “ultimo aldabonazo” con el que pretendía despertar las conciencias de su amada Cuba. 

¡Revolución no, zarpazo!

Sumergido en un profundo estado de shock, el país se encaminaba a unas elecciones determinantes en la historia de Cuba. Los mítines políticos reunían centenares de obreros, campesinos y estudiantes que organizaban las campañas electorales en cada barrio y localidad. Hacía años que la isla no atravesaba un momento de tanta efervescencia política. Antes de eso, las sucesivas frustraciones, los golpes de estado, la represión y –sobre todas las cosas- la decepción producto de las promesas rotas de los gobiernos del Partido Autentico habían provocado un miedo que con el tiempo se había transformado en apatía y descreimiento. El suicidio de Chibás había vuelto a despertar el espíritu político de las y los cubanos.

La enorme popularidad que había cosechado Eduardo Chibás y su posterior suicidio habían hecho del Partido Ortodoxo el favorito para los comicios. Una renovada esperanza –por más pequeña que fuese- empezaba a encenderse.

Aunque en su interior convivían corrientes distintas, los ortodoxos se presentaban con un programa democrático y nacionalista. Pretendían la supresión del latifundio y el reparto de las tierras entre los campesinos pobres. Abogaban por el desarrollo industrial del país y la nacionalización de los servicios públicos y se proclamaban como luchadores por la justicia social y contra la corrupción. Este programa encendía las alarmas tanto de las minorías enriquecidas del país, como del gobierno de los EE.UU. que no veía con buenos ojos que pudiese ganar las elecciones una fuerza política que no estuviera bajo su control.

Y es que, si el programa del Partido Ortodoxo era ya de un nacionalismo democrático-radical, las posiciones políticas de su juventud eran aún más radicalizadas. Al poco tiempo de haberse fundado el partido, en 1948 su juventud redactó un folleto titulado “El pensamiento ideológico y político de la juventud cubana” dentro del cual se pronunciaba a favor del socialismo.

Esto era posible por una conjunción de factores que se daban en Cuba por esa época. En primer lugar, los distintos desaciertos que había cometido el Partido Comunista Cubano (que en Cuba desde el ´44 se llamaba Partido Socialista Popular) había hecho que sufriera mermas importantes de su militancia. Con políticas que lo había llevado desde el más férreo sectarismo hasta el más vil oportunismo; muchos jóvenes habían desertado de sus filas para sumarse a las de la juventud de los ortodoxos. En segundo lugar, en la isla tempranamente había surgido una corriente socialista sumamente radical y fuertemente heterodoxa ante los designios de Moscú, encarnada en figuras como Julio Antonio Mella y Antonio Guiteras. Esto brindaba un teflón cultural para un socialismo que no claudicaba fácilmente ante el nacionalismo burgués. 

En noviembre de 1951, en un barrio muy humilde llamado Cayo Hueso, perteneciente al municipio de Centro Habana, el Partido Ortodoxo realizó elecciones internas para dirimir quién sería su candidato para competir un lugar en la Cámara de Representantes (parlamento). Entre los postulantes sobresalía con su inflamada oratoria y su incansable capacidad de trabajo un joven abogado recién egresado de la carrera de derecho por la Universidad de La Habana: así, Fidel Castro era electo como candidato del Partido Ortodoxo para competir por un lugar en el parlamento.

Fidel había iniciado su militancia algunos años antes. Con tan solo 21 años, había participado como Presidente del Comité Pro Democracia Dominicana en diversas acciones en reclamo contra la dictadura de Rafael Trujillo. Incluso participó de una incursión militar conocida como Invasión de Cayo Confites, que pretendía derrocar al dictador. Luego, había participado de un viaje a Colombia que tenía como propósito entrevistarse con el candidato a presidente Eliecer Gaitán la misma tarde en que este fue asesinado.

La postulación de Fidel por Cayo Hueso era su primera incursión electoral. En diversas entrevistas y declaraciones, Fidel siempre planteaba que su propósito no era solamente impulsar leyes progresivas sino, sobre todo, “usar el parlamento como tribuna de agitación política” –una idea muy en boga entre las izquierdas del momento. Sin embargo, su campaña como candidato no duró mucho tiempo.

Las elecciones generales estaban previstas para el 1 de junio. Cuanto más se acercaba la fecha más nerviosismo corría por los grandes círculos empresariales y los altos mandos militares. Todas las encuestas le daban al Partido Ortodoxo la victoria indiscutible de los comicios, dejando en un segundo lugar al oficialista Partido Auténtico y, en tercer lugar, a la candidatura del general Fulgencio Batista. Este último, contaba con un enorme respaldo entre las fuerzas armadas y muy buenos vínculos con la embajada de Estados Unidos.

“La figura de Batista es una figura sumamente compleja de la historia de Cuba,” nos resume Elier Ramírez Cañedo. “Aunque sus padres habían luchado por la independencia provenía de una familia muy pobre e ingresó al ejército como medio de subsistencia. Alcanza el grado de coronel y entre 1934-1940 fue el principal responsable de la represión a comunistas y socialistas. Luego fue presidente -constitucionalmente electo- entre 1940 y 1944.”

Finalmente, el 10 de enero de 1952 -a tan solo 4 meses de las elecciones generales- Fulgencio Batista encabeza un golpe de estado contra el gobierno constitucional, bajo el argumento de que solamente el ejército podía hacerse cargo del gobierno en tal contexto de crisis. La intención de Batista era mostrar al golpe como una “revolución”. Sin embargo, el dictador suspende las elecciones generales y todas las garantías constitucionales.  

“La primera respuesta de Fidel al golpe de estado fue una respuesta jurídica,” grafica Ramírez Cañedo. “Fidel como abogado se presenta ante el tribunal supremo y demuestra el carácter inconstitucional que tiene este golpe, cómo rompe con todo el orden constitucional del país. Y cómo, entonces, era legal por lo que establecía la misma constitución tener una respuesta armada: hacer una revolución en Cuba contra ese orden impuesto por la fuerza. Fidel discute contra la idea que quiere presentar Batista y plantea: ‘esto no es una revolución, es un golpe´.”

La Resistencia al Golpe

El golpe sumergió a la dirección del Partido Ortodoxo en una profunda parálisis política. En este contexto, la juventud del partido irá asumiendo una creciente actitud crítica. Fidel acusa a la dirección partidaria de no estar a la altura del legado de Chibás. Pero sobre todas las cosas, de no estar llevando adelante ninguna medida de resistencia al golpe.

“Fidel veía que la dirección del partido solo se limitaba a emitir comunicados contra el golpe, pero no estaban trabajando para movilizar al pueblo. Mientras tanto, el Partido Autentico había entregado el poder casi sin resistencia alguna,” nos cuenta un joven y prolifero investigador cubano, Frank Josué Solar, quien además vive y trabaja en Santiago, a unas cuadras nomás del Moncada.

Dueño de una memoria prodigiosa y una enorme capacidad para buscar los porqués de los hechos, Solar habla sin improvisaciones mientras lo interrumpimos una y otra vez con preguntas. Es doctor en historia y se desempeña como jefe del departamento de historia de la Universidad de Oriente. Desde hace años se dedica a la investigación de la historia de los movimientos revolucionarios en Cuba. Este 26 de julio publicó el libro 26 de julio. El Asalto que incendió las nubes

Conversando sobre aquel escenario de 1952, Solar señala que pese a la parálisis de las principales fuerzas políticas del país el pueblo empieza a ofrecer resistencias. En Santiago de Cuba, se producen las primeras movilizaciones contra el golpe de Batista que luego se extenderían por el resto del país.

“Principalmente dentro del Partido Autentico se empiezan a formar organizaciones clandestinas armadas. Pero ninguna de ellas va a llevar adelante la promesa de resistencia armada. Siempre eran rumores de que lo iban a hacer, pero pasaba el tiempo y quedaba en la nada. Mientras tanto, la mayoría de la dirección de los Ortodoxos estaban sumergidos en la parálisis o, en el mejor de los casos, decían que había que esperar a que los auténticos hicieran algo como para pasar a la acción,” agrega.  

De manera creciente, las juventudes militantes empiezan a rebelarse contra las inercias politiqueras de los principales partidos. Si la actitud que iban a adoptar los viejos cuadros era quedarse de brazos cruzados frente al golpe que impedía la promesa de una victoria popular en los comicios, no serían las juventudes quienes acompañasen ese infortunio. La historia no tiene por qué estar hecha de fatalismos si los pueblos son capaces de encontrar la forma de torcer sus porfiados destinos.   

Contra toda prudencia y a pesar de la represión desatada, un conjunto de militantes organiza las movilizaciones por el Día Internacional de los Trabajadores. Ese 1 de mayo de 1952, en medio de la multitud, Fidel caminaba mientras escuchaba atentamente a un joven de aspecto taciturno y una mirada penetrante, refugiada detrás de sus gruesas gafas. La seguridad y convencimiento con que hablaba Abel Santamaría impresionó profundamente a Castro. Tan solo 15 meses después, ambos serian protagonistas del Asalto al Cuartel de la Moncada.

“Fidel y sus compañeros y todos los que lo acompañaban no se veían como algo distinto del partido ortodoxo, o como un movimiento nuevo apartado de la ortodoxia, sino como las bases de la ortodoxia yendo por encima de la dirigencia y siendo leales al legado de Chibás. Así se ven Fidel y sus compañeros: es la ortodoxia de Chibas de verdad y no la dirigencia que ha quedado, que es timorata, que es pasiva, que es moderada y no se quiere enfrentar en una lucha armada contra la dictadura,” enfatiza Solar.

El Asalto

Durante semanas el departamento de Abel Santamaría se convirtió en el centro de reuniones y conspiraciones. Con la policía secreta investigando sus pasos, Abel y Fidel fueron reclutando jóvenes para formar la resistencia a la dictadura. Entrevistaron personalmente durante semanas a casi 1200 personas -la gran mayoría provenientes de los sectores sociales más humildes- en la más estricta de las clandestinidades. Muchos provenían de la juventud ortodoxa, pero también se habían sumado jóvenes militantes del partido comunista -como Raúl Castro, hermano de Fidel-.

Organizaron a los reclutados en grupos de células de no más de 10 personas. Células que no se conocían entre sí. Mientras tanto, el financiamiento de todos los preparativas -compra de uniformes, armas, trasporte, etc.- se realizaba con los aportes solidarios de cada uno de los participantes. Se trataba de gente muy humilde que vendía lo poco que tenía con la convicción de aportar al movimiento. Las anécdotas se multiplican por centenares: un fotógrafo que no tenía más que su estudio y lo vendió para juntar plata para el movimiento, otros que vendieron su coche o aportaban todos sus ahorros, etc.

“En un primer momento, la idea de Fidel y Abel era formar un grupo propio que les permitiera involucrarse en un proceso de resistencia armada más amplia. Pero al pasar las semanas, y viendo que las promesas de levantamiento de los grupos que existían se incumplían una y otra vez, decidieron ser ellos mismos quienes pasaran a la acción,” señala Frank Josué Solar.

“La idea era tomar el cuartel (de la Moncada) para tomar las armas, -porque la idea de Fidel no era tomar un cuartel para tomar el poder-. Era tomar el cuartel para desatar e iniciar una rebelión popular armada. Con eso rompe con todos los esquemas anteriores más conspirativos, más de tipo vanguardista, que pensaban que con un grupo de civiles se podía tomar un par de centros de poder y con eso se controlaba el poder. No. La idea de Fidel es iniciar una insurrección popular armada. Y para eso tenía que tomar un cuartel con armas para entregárselas al pueblo.”

La noche elegida fue la del 26 de julio porque esa noche era carnaval. Eso permitía que el contingente de combatientes se movilizase hasta la ciudad de Santiago sin levantar sospechas. Los festejos permitían que las fuerzas de seguridad estuvieran distraídas y el movimiento de gente permitía que los combatientes pasaran desapercibidos. Además, el pueblo de Santiago había demostrado una enorme capacidad de lucha contra la dictadura protagonizando importantes movilizaciones. 

El plan estaba magistralmente planeado y perfectamente cronometrado. En la madrugada del 26 de julio de 1953, todos los combatientes se reunieron en la granja de Siboney situada a unos kilómetros de distancia del Moncada. Era la primera vez que todos los integrantes se veían. Pero, sobre todo, era la primera vez que escuchaban el plan del cual participarían.

El humo de los cigarrillos que se acumulaba en el techo parecía infinito. Las miradas atentas acompañaban el silencio con el que escuchaban a Fidel repasar los detalles. Prontos a partir, un integrante del grupo, el poeta Gómez García, se paró sobre una silla. Miro a sus compañeros y compañeras armados de coraje. Nunca había sentido aquel nudo en la garganta. Centenares de veces había leído en público, centenares de veces había recitado sus poemas. Pero aquellos versos que componían el “Manifiesto del Moncada” eran quizás los más importantes de su vida. Sus palabras resonaron:

Compañeros: podremos vencer en unas horas o ser vencidos; pero de todas maneras ¡Óiganlo bien, compañeros! ¡De todas maneras, el movimiento triunfara! Si vencemos mañana, se hará más pronto lo que aspiró Martí. Si ocurre lo contrario, el gesto servirá de ejemplo al pueblo de Cuba, a tomar la bandera y seguir adelante”. 

El grupo de combatientes se dividió en tres grupos. Abel Santamaría y Lester Rodríguez estaban encargados de tomar dos edificios contiguos al Moncada. Desde allí darían respaldo al grupo encabezado por Fidel que asumía la tarea de ingresar al cuartel militar.

Vestidos de oficiales, se dirigieron hacia el objetivo divididos en 16 autos. A las 5:20 a.m. el grupo dirigido por Fidel llegó a destino. Los grupos encabezados por Abel Santamaría y Lester Rodríguez también lograron su objetivo. Todo ocurría de acuerdo a lo planeado hasta que un imprevisto se topó en el camino. Una patrulla de 2 soldados que recorrían el lugar se cruzó inesperadamente con el grupo de Fidel, abriendo una balacera que alerto al ejército de que algo estaba pasando. El factor sorpresa se vio repentinamente estropeado.

El enfrentamiento frustro el asalto. Con rapidez el ejército empezó a cercar los edificios. Los moncadistas habían previsto que, de ser frustrada la expedición, se replegarían a la Sierra Maestra para continuar desde allí la lucha. Pero los militares eran muchos. La ráfaga de balas lo inundaba todo. ¿En qué se piensa cuando todo es nebulosa de sangre y humo?

Alrededor de 9 moncadistas perdieron la vida en combate. Unos 48 combatientes pudieron esconderse y luego escapar con ayuda del pueblo de Santiago. Y unos 52 fueron apresados. La dictadura ordenó el asesinato ilegal de decenas de los combatientes que habían caído presos y desató, a su vez, una enorme represión en todo el país.

Haydée Santamaría, una de las dos mujeres que participa en los sucesos de ese 26 de julio, en un texto publicado en Lunes de Revolución n°69 en 1960, cuenta que: “Hay ese momento en que todo puede ser hermoso y heroico. Ese momento en que la vida por lo mucho que importa y por lo muy importante que es, reta y vence a la muerte. Y una siente como las manos se agarran a un cuerpo herido que no es el cuerpo amamos, que puede ser el cuerpo de uno de los que veníamos a combatir, pero es un cuerpo que se desangra, y una lo levanta y lo arrastra entre las balas, entre los gritos y entre el humo y la sangre. Y en ese momento una puede arriesgarlo todo por conservar lo que de verdad importa, que es la pasión que nos trajo al Moncada, y que tiene sus nombres, que tiene su mirada, que tiene sus manos acogedoras y fuertes, que tiene su verdad en las palabras y que puede llamarse Abel, Renato, Boris, Mario o tener cualquier otro nombre, pero siempre en ese momento y en los que van a seguir puede llamarse Cuba.

Y hay ese otro momento en que ni la tortura, ni la humillación, ni la amenaza pueden contra esa pasión que nos trajo al Moncada. EL hombre se nos acercó. Sentimos una nueva ráfaga de ametralladora. Corrí a la ventana. Melba corrió detrás de mí. Sentí las manos de Melba sobre mis hombros. Vi al hombre que se me acercaba y oí una voz que decía: ´han matado a tu hermano´. Sentí las manos de Melba. Sentí de nuevo el ruido del plomo acribillando mi memoria. Sentí que decía sin reconocer mi propia voz: ¨¿Ha sido Abel?¨. El hombre no respondió. Melba se me acercó. Toda Melba eran aquellas manos que me acompañaban ¨¿Qué hora es?¨. Melba respondió: ¨son las nueve¨.“


Condénenme, no importa. La historia me absolverá

“Raúl Castro cuenta que en los primeros momentos no sabían quiénes habían sobrevivido”, retoma Elier Ramírez Cañedo. “Fidel no sabía si Raúl había sobrevivido y viceversa. Cuando se ven por primera vez llegando a la cárcel, Raúl cuenta que lo impresionó. A pesar de que no sabían qué iba a pasar con sus vidas, vio a un hombre que había salido de una victoria. Erguido, transmitiendo optimismo, trasmitiendo confianza.”

Todo triunfo necesita ser construido y Fidel era especialmente consciente de ello. El asalto en sí mismo había fracasado a un costo muy elevado. Pero la derrota táctica no significaba en sí mismo una derrota estratégica a condición de que la lucha no sea abandonada. Fidel sabía que la visibilidad que les había otorgado el asalto les permitía una oportunidad para no solo explicar sus motivos, sino también ganarse la simpatía de su pueblo. 
  
Ante el encarcelamiento, Fidel Castro asume como su propio abogado en el juicio que se le abre, sin posibilidad de consultar pruebas, revisar materiales o mantener comunicación con sus compañeros. Es a través de su propia defensa, en su alegato, que Fidel se empeña en transformar la derrota militar en un triunfo político.  

“La historia me absolverá se convierte en el documento político inicial de la revolución,” agrega Elier Ramírez Cañedo. “Una gran denuncia al régimen militar de la dictadura de Batista, una de las dictaduras más sangrientas de la historia latinoamericana. Allí Fidel acusa al régimen que lo estaba enjuiciando y presenta un programa para el pueblo pobre y trabajador de Cuba”.

Al presentar el programa político de los moncadistas, Fidel plantea cuáles eran sus principales objetivos: restablecer la constitución de 1940 –suspendida por la dictadura de Batista-, implementar una reforma agraria, brindar el derecho de los trabajadores industriales a recibir el 30% de los beneficios de la empresa y confiscar los bienes de aquellas personas culpables de fraude a los poderes públicos, entre otras medidas progresistas.

Para llevar a cabo ese programa, Fidel plantea como sujeto al “pueblo, si de lucha se trata”. Esa aclaración, un tanto misteriosa, escapa de las reducciones ontológicas que adjudican intereses o verdades pre-establecidas a los sujetos, dando lugar a una noción donde la categoría “pueblo” no es anterior a su conformación en y para la lucha. A su vez, la noción de pueblo no es la de un todo indistinto, tal y como señala Fernando Martínez Heredia, uno de los intelectuales más brillantes de la Revolución, en su imprescindible articulo La noción de pueblo en la historia me absolverá. Por el contrario, es la noción de quienes con el sudor de su trabajo construyen las riquezas de las cuales son expropiados. Es decir, el pueblo trabajador, los obreros y campesinos, los desocupados, los estudiantes frente no solo a la tiranía sino a también a los terratenientes y burgueses.  

En medio de esa desigual batalla, Fidel y sus compañeros apresados son condenados a cumplir penas de entre 13 y 15 años de prisión. Será la presión popular la que logre sacarlo de la cárcel en 1955. En su alegato, frente al tribunal Fidel explica lo que será una constante en su actividad política: “Al pueblo, cuyos caminos de angustias están empedrados de engaños y falsas promesas, no le íbamos a decir: ´Te vamos a dar´, sino: ´¡Aquí tienes, lucha ahora con todas tus fuerzas para que sean tuyas la libertad y la felicidad!´”.
 



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